¿Adictos al Whatsapp?

Es la aplicación más usada en el mundo entero. Revolucionaria desde sus inicios por la conexión privada y directa entre sus usuarios. Pero, ¿estamos haciendo un buen uso de esta aplicación? ¿Supone una adicción que afecta a nuestra salud? Aquí, la mirada

¿Adictos al Whatsapp?

Esta aplicación -de la que tanto se habla en la actualidad- creada hace no más de 6 años, de uso totalmente gratuito, es hoy una de las más usadas en el mundo.

Los datos de mensajería y de usuarios ascienden de manera asombrosa. Millones de personas ingresan cientos de veces Whatsapp para mandar mensajes, ver quién está en línea, revisar el contenido enviado o, simplemente, porque ya se transformó en manía en "entrar y ver".

Se hace visible el dicho "vi luz y subí". Solo que, a veces, la luz no está y aun así, subimos.

¿Quién no tiene WhatsApp? Hasta los abuelos de 90 años van por sí solos a comprar el smartphone que les permita usar la aplicación. Ni hablar de los niños, que en vez de pedir juguetes para los Reyes, en la carta dejan muy en claro que quieren un buen aparato para poder comunicarse con sus amigos.

Es un hecho: la tecnología nos invade por todos lados y WhatsApp, nos toca el hombro del "querer-tener" a todos. Pero esto nos hace reflexionar: ¿realmente esta aplicación genera adicción?, ¿es verdad que afecta a la salud? ¿Genera problemas de socialización y conflictos sociales?

Estos interrogantes abren la posibilidad de pensar: cómo es que usamos esta herramienta y con qué responsabilidad -para con nosotros y los demás-.

Dominación tecnológica

Las empresas de telefonía celular brindan un sinfín de promociones, descuentos, minutos libres, mensajes gratis… y demás. Ahora, ¿cuántos de nosotros hacemos uso total de esos beneficios?

Pues, desde que la app apareció en nuestras vidas (celulares) cada vez menos personas llaman por teléfono, o envían mensajes de texto.

Esos minutos gratis en llamadas se pierden en el aire. Con solo tener una buena conexión a Internet basta para poder navegar libremente por las redes sociales que nos permiten estar igual de comunicados (algunos afirman que hasta mejor).

Se dice por ahí que el abuso de esta tecnología genera problemas en la comunicación, en las relaciones entre pares, aislamiento social y pérdida de vínculos (familiares, amigos, etc.). La virtualidad está ganando espacios, eso no se puede negar.

Podemos comunicarnos con un amigo que vive en otro hemisferio del mundo y hacerlo en la comodidad de nuestro hogar, entablar una charla, incluso de horas, sin necesitar más que una buena conexión a la red. El resto, lo hacen los humanos.

Frente a esto el psicólogo y psicoanalista Juan Manuel Martínez comienza a analizar sobre lo que el cambio de milenio nos trae; una mirada totalmente impensada en otros tiempos.

"La idea de la tecnología como parte del cuerpo. ¿A dónde iremos a parar con todo esto? En este siglo XXI hemos llegado a una tecnología que se volvió parte de nuestro cuerpo y cambió absolutamente nuestra realidad".

Hay que aclarar primero qué es el mundo real en oposición del mundo virtual. Hay una primera lógica -como muy superficial- que hace analizar que el mundo real es aquello que se me presenta cuando salgo a la calle y todo lo que ahí ocurre.

Y, un mundo virtual, que es aquel "menos real" donde sucede toda la interconexión mediante la redes y demás. "Pero el mundo real, ¿es tan real?", nos devuelve la pregunta el profesional.

A veces nos dejamos llevar por la idea de los cuerpos tangibles, cosas que podemos tocar.

"Hay algo muy intuitivo: como hay algo que yo puedo tocar es más verdadero. En cambio, la virtualidad  sería menos verdadera. Ahí se plantea la primera oposición. Entonces se puede generar esta idea de irrealidad, ya que si yo hablo con alguien por WhatsApp es menos real que una charla que puedo mantener frente a frente con una persona. El verdadero problema que presenta WhatsApp es que instantáneamente en el momento en que uno quiere puede estar exactamente donde uno quiera. Ese es el verdadero problema", comenta.

Por su parte el sociólogo Javier Molina plantea que el uso racional de esta tecnología permite a las personas ser protagonistas de su propia realidad, por ejemplo, grabar un video de algo que esté pasando en ese momento y viralizarlo por las redes sociales e incluso compartirlo con los grandes medios de comunicación.

O sea, "ha permitido que una persona común se transforme en un importante agente social, más cercano a la realidad en la que vive e interesado por darla a conocer". El uso racional de esta aplicación es una excelente -y gratuita- alternativa de comunicación.

También ocurre que, si se hace un uso indebido, puede provocar conflictos sociales -en la pareja, amistades o familiares-, abuso de control, desconfianza e incluso tergiversación de la información.

¿Desinterés por la vida real?

No necesariamente la persona que hace uso de esta app en reuniones, el trabajo u otros contextos tiene un desinterés por la vida real, sino que si una persona está haciendo uso constante de la aplicación, estando en contacto -físico- con otros, eso denota que no es ahí donde quiere estar sino en ese mundo virtual.

"Esto ocurre en las charlas cuando una persona está con otra (esto quiere decir, sus cuerpos están próximos) todo lo demás también se presenta como cerca. Los cuerpos pueden estar cerca y no tener ninguna conexión. Ahora, el verdadero error es que creer que por que los cuerpos están cerca eso es más real", dice Juan Manuel.

Y agrega que, ahora tenemos una posibilidad que antes no había: "no estar necesariamente inmerso en la realidad donde uno está. Uno ya no tiene la necesidad de hacer eso".

Lo que genera la tecnología es estar instantáneamente donde uno quiera, y ese es el verdadero cambio.

"Porque eso antes no ocurría, estábamos en una cena y nuestro cuerpo y deseo (o no) estaba ahí. Hoy en día podemos estar muy conectados con otros espacios sin estar en lo físico, pero sí en lo virtual. Y eso es lo que no entienden las generaciones pasadas y dicen '¡qué desconectados están los chicos!'; cuando -en realidad- los chicos están mostrando -a través de la tecnología- dónde quisieran estar. Están muy conectados, porque están donde quieren estar", agrega el psicólogo.

Las redes sociales, me trastornan

Curiosamente, existe una lista de tecnopatías que afectan a aquellos usuarios compulsivos. Estas tecnopatías son un punto medio entre las dolencias reconocidas y las manías personales.

Algunas de ellas son: la apnea de WhatsApp (cuando se revisa la app compulsivamente en busca de mensajes), síndrome de la llamada imaginaria (creer escuchar el tono de la llamada), nomofobia (ansiedad y miedo ante la posibilidad de perder el celular o salir de casa sin él), trastorno del sueño, entre otras.

La sensación de conectividad alivia a las personas, pero, "esto no es un problema nuevo, ha existido siempre solo que la tecnología lo rebela" afirma Martínez.

"Y es que, antes nunca estábamos solos, nosotros creíamos que lo estábamos porque si aislábamos nuestros cuerpos de los demás nos daba la sensación de soledad. Y, ahora, no estamos solos, sino que estamos verdaderamente conectados con los demás. Y, creo que eso asusta", añade.

Lo que asusta de las tecnologías no es el hecho de aislarnos sino el hecho de fusionarnos. La novedad es que estas tecnologías han generado estar más pendientes de otros y de la aplicación en sí.

No estamos separados por las tecnologías, sino que estamos muy unidos, cada vez más. Es una híperconexión.

Y, cómo no hablar de los benditos grupos de WhatsApp que tanto aportan y que tantas complicaciones generan. Pues fomentan de manera complementaria todo tipo de trastorno: problemas en la alimentación, daños físicos (existen grupos para autolesionarse), cuadros depresivos y de ansiedad, entre otros.

Nos volvemos dependientes de los grupos en los cuales estamos y, a veces, por más que queramos salir, nos cuesta dar el primer paso.

Pasa, también, que estamos a la merced de los demás, por eso a pesar de estar molestos o cansados de un grupo, seguimos formando parte.

En cada grupo se generan muchos fenómenos, "cada uno tiene sus personajes propios que son modalidades de relación que, para mí, son igual de reales que las otras; pero que se desprenden de la necesidad de un aparato que antes no teníamos y ahora sí", dice el psicólogo.

Y afirma que, "sí, hay algo de la lógica del pertenecer lo que nos hace querer tener o ser parte de estas aplicaciones. Y hasta los que resisten se dan cuenta que están quedando muy afuera de la conexión entre las personas".

Por su parte, el sociólogo Molina, afirma que vivimos en una sociedad insegura y temerosa, la crítica nos asusta y muchas veces son estos grupos los que nos brindan algún tipo de contención.

"Vivimos con una sensación de inseguridad constante tanto en el mundo real como el virtual. Es bueno destacar que ningún sistema es totalmente seguro y muchas veces son los mismo usuarios lo que no hacen un uso correcto de la información que se manejan por las redes, no hace falta que aparezca un hacker para defenestrar a alguien o a alguna situación. Son los mismos usuarios. Para eso, es importante cuidar la información que se envía y saber con quién se comparte para resguardar la privacidad de nuestros contenidos", comenta.

El cambio central que genera WhatsApp es un mayor desprendimiento de lo corporal, "lo corporal siempre se había pensado como lo más verdadero y, aun, cuando se pensaba así, no era cierto", dice Martínez.

Todo esto nos lleva hacia algún lugar, la duda es: ¿hasta cuál? Sí se puede afirmar que nos lleva a disminuir la importancia de lo corporal, o sea: juntarse con alguien no es necesariamente estar físicamente en un mismo cuarto.

Quizás vamos a un aislamiento del cuerpo porque ya no tenemos que salir de casa para charlar con alguien (ni para otras cosas), pero mientras que lo corporal está cada vez más aislado vamos a una hiperconexión de todo lo demás: las ideas, los pensamientos, los sentimientos.

La línea que se está rompiendo es aquella fina que dice dónde termina lo humano y comienza lo tecnológico. "¿Hasta dónde me extiendo yo?", se pregunta, y nos pregunta, el psicólogo.

Si bien la respuesta está en el cuerpo, el espacio que ocupa, hoy sabemos que eso ya no es "verdad", pues podemos estar en muchos lugares al mismo tiempo.

"Dónde empiezo y dónde termino… Esa es la interconexión. Para mí, WhatsApp, no genera problemas, sino que revela problemas que ya estaban. Entonces, ahora hay que pensar sobre esos problemas", cierra el profesional.

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