Personalmente, entrevisté tres veces a Gustavo Cerati. El primer encuentro fue a mediados de noviembre de 1990, en la previa de la llegada a Mendoza del Animal Tour, la gira internacional con la que Soda Stereo presentó su álbum “Canción animal”. Más tarde, tendría también la posibilidad de charlar con él mientras grababa el video de “Amor Amarillo” en Santiago de Chile, y posteriormente, cuando presentó “Bocanada” en nuestra provincia.
En esa primera ocasión, viajé especialmente a Buenos Aires para entrevistarlo para la revista Primera Fila en las oficinas de su agencia en Belgrano. Soda Stereo ya era la banda poderosa y consagrada, pero a pesar de ello, se aprestaba a conquistar definitivamente el favor de casi todo el público rockero argentino. Un segmento difícil que había ido viendo la evolución del pop festivo hacia la sutileza y el sonido más descarnado que ahora proponía: todo ello, bajo el influjo de la cada vez más consolidada poética de Cerati y el incuestionable fervor de Zeta Bosio y Charly Alberti.
En esa oportunidad, un Cerati ameno e hiperprofesional se dispuso a llevar adelante el hilo de la conversación. Por algo era el líder, pero también el front man de la banda. El que iba al frente incluso en una circunstancia tan rutinaria y poco atractiva como conversar con un periodista extraño y lejano.
Comenzaban los noventa y “Canción animal” anticipaba la fiereza de una década infame. Casi sin saberlo, pero seguramente intuyéndolo, Cerati me decía: “No te sé decir si en realidad lo que estamos haciendo es más acorde con los tiempos. ¿Qué es acorde con los tiempos? ¿El tecno?”. Estaba claro que en todo caso su búsqueda era otra. Porque tal vez las necesidades también lo eran. “Canción animal”, en todo caso era –como sus antecesores- una placa plagada de canciones diferentes que no tardarían en convertirse en clásicos: “En el séptimo día”, “De música ligera”, “Sueles dejarme solo” y tantos otros. La madurez de la banda era evidente. No en vano se trataba de su quinto álbum de estudio.
¿Qué decía entonces Cerati sobre el disco?, que tenía mucha influencia Beatles, y que a contramano de los hits “ligeros” que se esperaban de la banda, sus temas preferidos eran “Un millón de años luz” y “Entre caníbales”.
¿Qué decía entonces Cerati sobre los shows que se amontonaban en sucesiones infinitas por todo el continente? Que “tratamos de no ser tan predecibles”, decía, única manera de no repetirse y estancarse. “Ahora lo que viene va a ser lindo para disfrutar: terminar la gira por el país, después vienen México, Estados Unidos y, finalmente, España, que es un lugar al que nunca hemos ido”, decía casi con inocencia.
Por aquellos días, Soda estaba empezando a entrar al Estados Unidos más anglo y menos latino, el de Nueva York, Chicago y San Francisco, de la mano de la MTV, lo que también les proporcionaba una mirada distinta de Latinoamérica, el terreno firme que ellos habían andado y desandado con maestría. Sobre esto, Cerati me decía: “Si podés hablar de una cosa que englobe a todo y a Argentina dentro de Latinoamérica, esto lo resume: hay una dosis de frustración y una dosis de esperanza en todos nuestros países… Igualmente,no creo en ninguna de las dos posturas”, aseguraba casi al borde del nihilismo.
Sin embargo, y pese a esa internacionalización, que con el tiempo se hizo aún más efectiva, y consagratoria, Cerati aseguraba que éste era su lugar, con autocita incluida de “Té para tres”. “Humanamente y artísticamente vivís muchas cosas afuera pero acá está el punto de referencia sobre el cual gira todo el resto, o sea, tu casa. Como dice el cantautor: No hay nada mejor que casa”.
Anécdota para mendocinos. La revista en esa ocasión había contratado para la entrevista a una fotógrafa de Buenos Aires que yo no conocía, ni ella a mí. Habíamos quedado de encontrarnos directamente en la agencia a la hora pautada. Bastante despistada, ella llegó primero y se mandó. Mientras hacía antesala, el propio Cerati –de lentes oscuros- pasó por sus narices. La mujer lo paró y le preguntó si él era el periodista de Mendoza… Cerati, brillante, salió del paso con una sutileza y le dijo: “No, yo soy el cantante de Los Enanitos Verdes…”
La fotógrafa, cuando se dio cuenta del blooper, no abrió más la boca de la vergüenza. Yo, todavía me acuerdo de ese brillo inteligente que bien describe al Cerati que desde hace cuatro años todos extrañamos y que desde el jueves empezamos –definitivamente- a mitificar.