Tras recorrer El Cairo durante unos días, tomé un tren en la estación Ramsés con rumbo al norte. El destino: Alejandría, la segunda ciudad más grande de Egipto.
Luego de dos horas de viaje por el fértil delta del Nilo llegué a su desembocadura en el mar Mediterráneo.
En el año 331 A.C. Alejandro Magno fundó aquí la pujante urbe que lleva su nombre. Cuando el dominio de los faraones decayó Alejandría surgió como centro de poder. Su puerto es el más importante del país. Fue el nexo comercial entre Oriente y Occidente y cuna de la cultura del mundo antiguo. Eruditos de todo el orbe peregrinaban hasta su Biblioteca, la más completa de la época, que fue destruida por un incendio en la guerra que libró Julio César contra los egipcios. Como amante de las letras, fue el primer lugar que visité. En 2002 se inauguró la Nueva Biblioteca Alejandrina en el mismo lugar donde estaba la original 1900 años antes. La silueta del edificio semeja el sol saliendo del mar que está justo enfrente. Los egipcios adoraban al astro solar y lo llamaban Ra. Está preparada para albergar ocho millones de libros. Me sentía como niño con chiche nuevo rodeado de tantos volúmenes. Su sala de lectura es la más grande del mundo con 20.000 metros cuadrados. El escrito más antiguo que atesora tiene mil años ya que los 700.000 papiros que guardaba se quemaron en el incendio. Cuenta además con un museo de ciencias, planetario, colegio y sala de conciertos. Dejé de la biblioteca y crucé la calle hasta la playa desde donde se aprecia todo el edificio circular de distintos niveles rematado por una piscina gigante en su base. Negocié un paseo en calesa con su dueño para ir hasta el fuerte de Qaitbay justo en el extremo opuesto de la bahía que tiene forma de medialuna. Aunque antes debí soportar un desvío en el camino que se le ocurrió hacer al cochero para llevarme a una tienda de antigüedades. Salió su dueño a atenderme y no me moví del asiento. Le puse mi peor cara y entendió el mensaje. El cochero lamentó la comisión no cobrada y golpeó las riendas del caballo para por fin dirigirse a destino. Me hizo perder cuarenta minutos pero en países árabes no es nada. Están acostumbrados a que las cosas lleven su tiempo. Llegué hasta el fuerte construido en 1479 por el Sultán Qaitbay. En ese lugar se erigía una de las Siete Maravillas de la Antigüedad: el Faro de Alejandría. Lo construyó Sostratus a pedido de Ptolomeo II. Medía 125 metros de alto y contaba con 300 habitaciones. Un sistema de espejos guiaba a los navegantes hasta sus costas. Fue destruido por los terremotos de los siglos XI y XIV. El Sultán aprovechó sus piedras y algunas paredes del fuerte están hechas con restos del legendario Faro. La vista panorámica del azul Mediterráneo y la ciudad desde allí es bellísima. Regresé a pie por la bahía hasta el centro y me senté en un bar costero a descansar tomando una Coca-Cola árabe mirando las aguas y la fachada con balcones del Hotel Cecil que sirvió como cuartel del General británico Bernard Montgomery durante la Segunda Guerra Mundial mientras preparaba la batalla de El-Alamein a 100 kilómetros de distancia. Fue en 1942 y en ella venció al Zorro del Desierto el General alemán Erwin Rommel. En la zona céntrica hay muchas librerías y puestos callejeros de canje y venta de libros lo que denota que sigue siendo una ciudad culta como antaño.
Además de Alejandro Magno, nacieron aquí personajes ilustres del siglo XX como el actor Omar Sharif, el cantante Demis Roussos, el número dos de la jerarquía nazi, Rudolf Hess, el ex Presidente Gamal Nasser y el empresario Mohamed Al-Fayed, cuñado de la Princesa Diana. También se puede visitar el Anfiteatro Romano cerca de la estación de trenes, el Museo Nacional y la Columna de Pompeyo en las ruinas de lo que fue el templo de Serafeo .
Datos de interes
Tren de El Cairo a Alejandría: 3,5 dólares
Biblioteca Alejandrina: 5 dólares (domingo a jueves de 11 a 19hs. Sábado de 12 a 16 hs.)
Calesa: 3 dólares
Fuerte Qaitbay: 4 dólares
Coca-Cola: 30 centavos de dólar
Anfiteatro Romano: 1 dólar
Serafeo y Columna de Pompeyo: 4 dólares