El doctor Adolfo Calle nació en esta capital de Mendoza el 9 de julio de 1854. Sus padres fueron don Francisco Estanislao Calle y doña Constanza García de Calle. Quedó huérfano a los 7 años de edad, pues sus padres y once de sus 15 hermanos perecieron en el terremoto del 20 de marzo de 1861. Él se salvó milagrosamente debido a que el mismo día de la catástrofe fue conducido a una casa de El Challao, la que, al desplomarse, no alcanzó a tres o cuatro personas que dormían en un corredor, entre las que se encontraba el niño Calle.
En su meduloso trabajo biográfico sobre el doctor Adolfo Calle, el antiguo redactor de este diario, J. Alberto Castro, expresaba hace varios años: “En el 64, aún conmovida la población por el estrago y el infortunio colectivo, el pequeño de 10 años abandonó el suelo nativo. Lo condujo el coronel Wenceslao Paunero a Buenos Aires, para internarlo en un colegio”.
Adolfo Calle ingresó, en Buenos Aires, al internado del Colegio Nacional, donde debía cursar los estudios preparatorios. Miguel Cané y Paul Groussac han hablado, emocionados, de aquel claustro de estudios. El primero le consagra su Juvenilia, que tiene la frescura de la adolescencia, y el segundo, el gran maestro, las páginas primorosas en que refiere el comienzo de su intimidad con José Manuel Estrada.
Es evidente que la permanencia de seis o más años, hasta completar sus cursos, en un establecimiento de enseñanza cuya organización refleja desde luego el mayor celo oficial, permitió al alumno provinciano apasionarse por el estudio, disciplinar su inteligencia y sobresalir por el poder de la voluntad con que se dio desde entonces al cultivo del espíritu.
Terminó con brillo sus estudios preparatorios y abandonó las aulas del colegio, enriquecida su mente no sólo con los conocimientos pertenecientes a las materias que comprenden los programas oficiales de instrucción secundaria, sino también con el gran caudal de saber que ha conquistado en incansables lecturas de libros pertenecientes a otras ramas del saber humano, en los que ha buscado afanoso la ciencia, no para guardarla cual el avaro sus escondidos tesoros, sino para darla a manos llenas en los artículos que publica en diarios y periódicos. En efecto, Adolfo Calle, apenas deja el internado, ocupa un claro en las filas del periodismo porteño, en la empresa que José Paz había fundado en el año 1869.
Los estudios universitarios que Adolfo Calle sigue en la Facultad de Buenos Aires, primero, y en la de Córdoba después, influyen poderosamente en su formación intelectual y moral, lo mismo que en la orientación y trayectoria de la actividad que en todo sentido desarrolla en la vida, inspirado por un ideal que nace y se define al calor del aula, al contacto con los grandes maestros.
El doctor Adolfo Calle se doctoró a fines de 1877. Mendoza recuperó de inmediato a este hijo ausente desde la edad de 10 años, y que finalizados sus estudios universitarios no vacila en el camino a seguir, retornando a la ciudad de su cuna para brindarle todo lo que de sí puede dar en bien de su cultura y progreso.
El doctor Adolfo Calle pertenecía a esa pléyade de argentinos que se ha dado en llamar la generación del 80, y que en las postrimerías de la presidencia Avellaneda, ocupan el escenario político del país, deslumbrando con su saber, su elocuencia, su agilidad mental, su robusto nacionalismo.
Hombres formados casi todos en los claustros universitarios, recibiendo las enseñanzas de los grandes maestros, seducidos por el brillo de la cultura francesa con cuyos autores estaban familiarizados, convencidos de que la pluma es superior a la espada para los fines de su patriótica ambición.
Anima a esta generación una evidente fuerza constructiva que imprime dinamismo a la vida lugareña y se prodiga en esfuerzos de gran provecho para la colectividad. A esa generación pertenecen hombres como José Vicente Zapata, Manuel Bermejo, Julián Barraquero, Juan E. Serú, José A. Salas, Julio Lemos, Rodolfo M. Zapata, Pedro J. Anzorena, Carlos Ponce, José Néstor Lencinas y otros.
De los hombres que en Mendoza representan la generación del 80, el doctor Adolfo Calle se distingue por la naturaleza excepcional de la actividad a que se consagra. Su punto de mira es un postulado fundamental: educar y levantar el nivel moral y social del pueblo de su cuna. En este sentido, nadie como él, realiza una obra más fecunda y duradera.
El amor a su solar condujo al doctor Adolfo Calle a la aldea perdida al pie del macizo andino, aldea que no tiene en 1870 más de 8.000 habitantes, escasos de cultura, sobrecogidos por el terror supersticioso a lo sobrenatural. Lo trajo a una vida de humil dad, sin esplendor social, sin perfume de civilización, sin elementos materiales para ejecutar ninguna obra trascendente de educación popular, en la penuria de aquellos días misérrimos, improvisándose editor de periódico con una mala prensa que le prestaron.
Es obra de amor la suya, imponiéndose el deber de proyectar luz espiritual en las inteligencias, educándolas para una vida más amplia, más bella, más digna, nutriéndolas con la divulgación de lo elemental en la cultura, infiltrando en los cerebros la noción primera de superación que ha de conducirlos a una etapa superior de progreso.
El doctor Calle es un periodista, única y, exclusivamente. No quiso ser otra cosa. Ni escritor, ni orador ni sabio. Pudo lanzarse a la vida política, encender pasiones, difundir ideales, uniformar opiniones, como un gran agitador popular, como lo fueron muchos de los hombres de su generación y de su cultura, en el orden nacional.
Prefirió apartarse, apenas iniciado, tras un brevísimo ministerio y una representación legislativa más efímera aún, para volver a ser única y exclusivamente periodista. A este sacerdocio de la prensa lo sacrificó todo, no siguiendo más que una sola dirección, con abandono de otras halagüeñas.
Elvira Calle: a entrega de una mujer brillante
Elvira Calle de Antequeda (1911-2007) era la nieta del fundador de Los Andes. Destacó muy pronto por su gran capacidad intelectual (terminó su bachillerato a los 15 años) y su carácter inquieto, que la llevó a realizar diversas actividades que iban de la farmacia a la construcción.
Obtuvo el título de escribana en la Universidad de Buenos Aires y luego el de Licenciada en Ciencias Políticas de la UNCuyo. Su pasión era la sociología, y fue tan destacada su tarea que fue convocada para trabajar en La Sorbona (París).
Pero en ese momento se negó por una razón familiar y empresarial. “Me pidieron que me hiciera cargo del diario y lo hice. No me arrepiento. El diario es parte de mi vida y lo que siempre he dicho es que tiene que ser un bien para la sociedad, la gente tiene que poder expresarse por el diario. Hay que educar a la población. Esa es la misión que tiene Los Andes”.
El ingreso al directorio se dio a mediados de los 60 y condujo el periódico como presidenta hasta su muerte. Fue, sin duda, uno de los pilares de la prensa de Mendoza.