No hay dudas de que Mendoza es sinónimo de vinos, alta calidad y valor agregado. La industria madre, que nació a la par de la provincia, encarna hoy una suerte de reinvención. Podríamos decir que le dio un nuevo impulso a un sector que no había encontrado otro producto para reinventarse: el turismo.
En poco menos de 10 años, la provincia pasó del ocaso del producto nieve, que al ritmo del crecimiento del interés por nuevos centros de ski, dejó el apogeo de los 80 y 90, a crecer con el glamour que aportaron los desarrollos relacionados con el vino, que se multiplicaron desde 2006 en adelante en nuestra provincia.
El vino y el enoturismo nos dieron un nuevo escenario, nuevos actores y con ello se construyó en la provincia, un producto estrella. El negocio mueve millones y detrás de él hay muchos nuevos puestos de trabajo. La gastronomía mejoró y los servicios de lujo para captar a un turista cada vez más exigente, se elevaron a la par.
Desde afuera da la sensación de una provincia de gran riqueza. Más “rica” aún que aquellas que tienen los grandes desarrollos agrícolas extensivos, los cuales realmente son una máquina de generar dólares o que aquellas que tienen recursos naturales como Vaca Muerta. Pero lo cierto es que detrás de ese velo de lujo hay una provincia con un crecimiento muy magro de su producto bruto geográfico y con varias asignaturas pendientes.
En promedio, sin tomar la pandemia para no distorsionar el número, en los últimos 10 años el PBG de Mendoza creció sólo el 0,15%.
Pero hay otros rankings en los que también los resultados son muy malos. A saber: si analizamos las exportaciones por provincia, Mendoza sólo participa del 1,8% de los envíos al exterior de Argentina y se ubica en el séptimo lugar, detrás de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Chubut, Santa Cruz y Entre Ríos.
Para tener una idea, en los últimos diez años la provincia no ha logrado superar su mejor registro, de un poco más de 1.800 millones de dólares que se logró en 2012. Desde ese año sólo ha mostrado altos y bajos, pero siempre con un techo.
Si miramos el ránking de creación de empresas entre 2009 y 2019, la provincia ocupa el puesto 16. Ahora, si analizamos la creación de puestos de trabajo en el sector privado durante los últimos diez años, la situación es alarmante. Tal como publicó Los Andes el 11 de octubre, “en la última década, Mendoza no sólo no generó nuevos puestos de trabajo formales en el sector privado, sino que perdió casi 4.500. De hecho, de las 24 provincias —incluida CABA— 19 incrementaron la cantidad de trabajadores en el sector privado formal y sólo cinco redujeron el número. Mendoza es la tercera con mayor reducción, con 4.447 empleos perdidos, sólo superada por San Juan, con 5.815 menos, y Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con 50.792 menos”.
Sin entrar en comparaciones con las provincias vecinas, se sabe que los salarios promedios en San Juan son superiores, y que cada vez hay más empresarios mendocinos que invierten allí, con los industriales vitivinícolas a la cabeza.
Da la sensación de que la economía y el crecimiento de la provincia está en una espiral, que muestra algunos signos que podrían identificarse como variantes de crecimiento, pero lo cierto es que a la hora de analizarlos no dan los resultados esperados. En una explicación simplista podríamos sugerir que parte de estos magros resultados están atados a la imposibilidad de poner en marcha la industria minera.
En Mendoza no se pueden explotar todos los recursos naturales, porque la ley 7.722 prohíbe el uso de ciertas sustancias para la extracción de minerales. No obstante ello, ¿es la minería la única salida posible?
En una aproximación para esta respuesta, podríamos decir, que no. Es verdad, no es la única, pero es parte de la solución. También es la industria del conocimiento, el desarrollo de más hectáreas bajo riego para lograr desarrollar la ganadería, y así otras tantas. Limitar las posibilidades de crecimiento de la provincia es condenar a muchos a la pobreza.
Pero para poder desarrollar la provincia es necesaria la inversión estatal, en infraestructura, comunicación y caminos que permitan y estimulen la inversión privada.
Nadie desembolsa dinero, donde no se tiene acceso a los servicios básicos: agua, tendido eléctrico, u otros servicios. Es necesario ponerse en marcha nuevamente.