Por su impacto transversal en la vida social y económica de la comunidad, la pandemia ha creado un contexto de incertidumbre sin antecedentes.
La atención prioritaria de la emergencia sanitaria junto con la fuerte caída de la actividad económica, con consecuencias dramáticas sobre el empleo y la inversión, tanto pública como privada y, lógicamente, también sobre la recaudación estatal, son resultados que vienen a agravar los efectos de arrastre de una macroeconomía enferma desde hace muchísimos años en nuestro país.
La conflictividad del escenario en ciernes termina de ser moldeada por la discrecionalidad de los recursos distribuidos a las provincias por la Nación, cuyos criterios aleatorios le quitan previsibilidad a la planificación de las asignaciones en el ámbito local.
La pospandemia tendrá como marco definitorio la lucha contra la pobreza y los efectos inerciales de la exclusión que produce el deterioro sostenido de la economía. También la recuperación socioemocional, porque habrá que derrotar a la frustración para reconstruir condiciones de adaptabilidad a las nuevas realidades.
Será un nuevo escenario histórico para Mendoza y Argentina, en el que el desafío estará centrado en tener políticas de desarrollo y de crecimiento más audaces que las que teníamos antes de la pandemia. El desafío inmediato es que la “nueva” pobreza no se transforme en pobreza estructural, poniendo especial atención en los niños y en las mujeres, que son los que muestran mayor vulnerabilidad.
A la pobreza se la combate estructuralmente con empleo, educación y un Estado enfocado en la protección del bien general. Para el empleo hace falta la generación genuina de riqueza. Para la educación hace falta repensar los contextos del mundo que se avecina y crear nuevos modelos de enseñanza y aprendizaje que puedan darle alguna respuesta eficaz. Para la protección del bien general, hace falta la decisión política que tenemos, pero también acuerdos mayoritarios en los que la oposición muestre sensatez, sobre todo en el tratamiento de las herramientas presupuestarias como el rollover, para que podamos abocarnos a los asuntos prioritarios como, por ejemplo, la infraestructura escolar y la conectividad de los docentes y los chicos.
Nadie en su sano juicio puede afirmar hoy cuánto durará la pandemia. La experiencia de las nuevas olas de contagio en Europa anticipa que hasta que la ciencia avance sustancialmente en la vacuna y en la calidad de los tratamientos para enfrentar la Covid-19, el proceso de mitigación seguirá en el centro de la escena. Hasta entonces, sólo nos queda trabajar con intensidad sobre las evidencias.
Pero más allá del enfoque sanitario, porque estamos frente a un desafío multicausal, el dato alentador es que la sociedad tiene mecanismos para paliar estos momentos de crisis. El más importante, el diálogo para la construcción de consensos.
Los consensos amplios y consistentes contribuyen a dinamizar las soluciones. A nadie escapa considerar que cuando en una sociedad hay mirada compartida, los objetivos están más próximos. Ese ha sido el argumento central por el que anuncié en el discurso ante la Asamblea Legislativa el 1 de mayo la iniciativa para conformar el Consejo económico, ambiental y social que, ya aprobado y reglamentado, se encuentra próximo a iniciar sus deliberaciones.
El desafío prioritario del Estado provincial es -y seguirá siendo por un buen tiempo-crear paulatinamente las certezas posibles basadas en la austeridad extrema y en la administración eficiente de los recursos con que cuenta para brindar servicios de calidad, distribuir equitativamente y promover la inversión. También en el diseño de políticas capaces de reducir el daño social. Por eso en Mendoza, durante este tiempo y en la medida en que el sistema sanitario lo ha ido permitiendo, hemos procurado tener más apertura de la economía que lo que se ha visto en el resto del país.
Esta tarea de emergencia indispensable no puede resultar del todo suficiente si a la par no abordamos los debates con alguna perspectiva de mediano y largo plazo, para ir directamente sobre los problemas estructurales que arrastramos, que por su envergadura no admiten postergaciones.
Hoy más que nunca es oportuno empezar los debates esenciales. Sin prisa ni pausa. La eficacia de los debates de fondo está vinculada a la calidad de los acuerdos sociales. No a la velocidad de la resolución legislativa. Sólo con debates de calidad intelectual y marginando los intereses mezquinos que proponen las grietas ideológicas se pueden construir consensos útiles. ¿Afirmación ingenua por remanida? No. La grieta le puede servir a la especulación de algunos sectores pero nunca le sirve al conjunto del pueblo.
La virtud pública no está en enfatizar radicalmente las verdades de un sólo sector sino en el propósito de hilvanar los posibles puntos de encuentro dentro de todo el abanico del pensamiento. A fin de cuentas, la pandemia está trayendo como resultado un nuevo agrietamiento más doloroso que es de índole social, de manera que no puede haber lugar para exacerbar diferencias políticas.
Concertar exige siempre un gran esfuerzo plural. Es un llamado a la modestia y a la humildad de los protagonistas. Dicho de otra forma, los mecanismos de consenso necesitan de responsabilidad pero también de reglas claras, aún en el disenso, para que el proceso sea enriquecedor. Naturalmente, siempre hay expresiones minoritarias que prefieren autoexcluirse. Que prefieren el “no porque no” que nada suma. Pero lo cierto es que la concertación es la única salida viable, cuyo desafío deben asumir todos los sectores sociales, reconociendo que la vocación de construir una deliberación pública trascendente no tiene responsabilidades simétricas: quienes gobernamos tenemos mayor obligación de limpiar el terreno y hacerlo propicio para el debate.
Hay que movilizar el pensamiento crítico y buscar innovar por todos los medios. Innovar implica explorar y transitar por donde no se ha pasado antes. Obliga a cierto coraje colectivo, por eso los acuerdos son indispensables. Sólo así podrá definirse un camino de mejora que sea sostenido en el tiempo. Gobierno tras gobierno. Más aún en un contexto mundial que viene cuestionando todo lo conocido, no sólo por la pandemia, sino también por las transformaciones en el campo del conocimiento, de las tecnologías y del trabajo, que como sostiene el filósofo Yuval Harari, dejarán de ser un evento revolucionario para convertirse en una serie constante.
Mendoza tiene una enorme diversidad y un gran potencial que no se debe desaprovechar en materia de producción de alimentos, de turismo y, también, en materia de desarrollo de la economía del conocimiento, por la calidad de nuestros recursos humanos y las universidades con que contamos.
Llegar al periodo de pospandemia con mejores posibilidades requiere preparación previa. La implementación de políticas públicas estructurales lleva su tiempo. En ese marco deben inscribirse algunos de los debates importantes que estamos impulsando, como la Reforma institucional, la apertura para debatir sobre los nuevos horizontes educativos, los incentivos mediante Mendoza Activa, el Paquete de leyes tecnológicas, la creación de la Empresa provincial minera, la persistencia sobre la inversión en energías limpias y los incentivos presupuestarios a través del recorte de impuestos a muchísimas actividades, tal como establece el proyecto de presupuesto 2021 que hemos girado a la Legislatura, entre otros.
Es necesario precisar que no hay iniciativas posibles nacidas desde la esfera de la elite dirigencial que puedan tener algún grado de garantía para cambiar las cosas si no hay un pueblo decidido a atreverse, a enriquecerlas y a acompañarlas en su proceso. Por caso, la recuperación de la democracia, que es el gran consenso argentino que felizmente marca nuestra época, sirve como ejemplo para graficar la situación.
Las herramientas económicas que maneja una provincia son limitadas. Por eso, en buena medida, la suerte de Mendoza está atada al rumbo de la economía del País. Esto no nos saca responsabilidades sino, por el contrario, nos exige ser más creativos y efectivos.
Abogamos porque la Nación encare las reformas claves que se necesitan para restaurar la confianza, conseguir equilibrios presupuestarios, recuperar la moneda, crear lazos internacionales efectivos y mejorar las condiciones de equidad y seguridad jurídica. Asimismo, Mendoza necesitará ser cada vez más atractiva para las inversiones y eso requiere de un contexto predecible, calidad institucional y señales claras en materia de administración, como la búsqueda del equilibrio fiscal, que deberán ser una verdadera política de Estado.
Es sabido que los mercados internos se dinamizan cuando hay altos niveles de empleo y el empleo de calidad lo genera la actividad privada. El Estado tiene y tendrá que hacer su parte para incentivar y cuidar a los que generan empleo. Habrá que promover más aún al sector privado, proveyéndolos de buenas condiciones para que las actividades se desenvuelvan en todo su potencial, controlando siempre el cumplimiento de sus obligaciones.
La esperanza sólo puede fundarse en las habilidades que tengamos como sociedad para hacer las cosas bien ahora. Y hacer bien las cosas no es ni más ni menos que encontrar pronto acuerdos que nos unan entorno al objetivo de aliviar el camino para alcanzar el progreso individual y colectivo.