Hubo tres personalidades mendocinas, cuyo arte marcó a generaciones, y que están signadas por la poesía. El poeta más cabal fue Jorge Enrique Ramponi. El que llevó su poesía al folclore, Armando Tejada Gómez. Y el que trazó sus versos con el cine y la canción romántica, Leonardo Favio. Tres pilares de nuestra cultura.
Armando Tejada Gómez: un poeta al que cantan todos
“Con las canciones rotas por la lluvia / penetró al corazón de las guitarras” decía uno de los versos del poema de Armando Tejada Gómez que premió Los Andes en 1957, a propósito del 75° aniversario de este diario. Parecía que el poeta presagiara su destino.
Tejada, poeta, novelista, locutor, no es una figura más en la lírica y la música popular de Mendoza. Es el tótem más importante del folclore local y el aroma influyente de su poética no es ya una referencia, sino que aparece directamente encarnado en los autores (incluso más que en los poetas) que hoy escriben sus canciones en nuestra provincia.
Desmesurado, dueño de un talento avasallante y una personalidad magnética, Tejada había nacido en Mendoza en 1929 y luego de llamar la atención por sus versos, de diversas desavenencias con el peronismo por sus filiaciones comunistas, dio a cruzar su camino con Oscar Matus y Mercedes Sosa. Con ellos y desde aquí dio luz al Nuevo Cancionero Cuyano, uno de los movimientos de renovación folclórica más grandes del país. Murió en 1992 legando, entre tantas obras, nada menos que Canción con todos: para muchos, el himno de Hispanoamérica.
Jorge Enrique Ramponi: el autor de la poesía infinita
Si Antonio Di Benedetto es el titán de la narrativa mendocina, su equivalente en poesía no puede ser otro que Jorge Enrique Ramponi. Esta comparación, que a ojos de un lector del siglo XXI parece evidente, no lo sería tanto para el propio Di Benedetto, quien profesaba una reverencial admiración por este personalísimo lírico, de versos complejos y cuya lírica tiene flujos y reflujos con los que es alternativamente olvidado y vuelto admirar.
Nacido en 1907, Ramponi fue un poeta precoz y a los 21 años ya había dado a imprenta sus Preludios líricos. Llegaría luego otro libro fascinante como Colores del júbilo, y luego una larga etapa de preparación para la que sería su obra maestra: Piedra infinita (1942).
Poema largo y desbordante, que traza un retrato del hombre como un eco de la montaña que lo custodia, esta perla de la poesía argentina del siglo XX llegó a ser admirada con unanimidad e influyó en Neruda para sus Alturas de Macchu Picchu. Tardó Ramponi décadas en editar otro libro, que fue Los límites y el caos (1972), cinco años antes de morir como hombre, para perdurar como poeta.
Leonardo Favio: trovador popular y director genial
No iba a ser fácil presagiar que ese niño, nacido en Las Catitas y criado en la pobreza, en Luján, iba a convertirse luego en todo lo que fue. Ese niño, abandonado por su padre, ladronzuelo en ciernes se llamaba Juan Jorge Jury y como tal nació en 1938. Luego de mudarse a Buenos Aires con su madre, ese chico revoltoso se comenzó a llamar Leonardo Favio.
Y como tal fue primero galán de cine, luego aprendiz de director (con el magisterio de Leopoldo Torre Nilsson).
Y así, como quien no quiere la cosa, quiso ponerse él mismo tras las cámaras y filmó esa obra maestra imperecedera que es Crónica de un niño solo (1965), considerada frecuentemente en las encuestas como la mejor película del cine nacional.
Vendrían luego otras películas, casi todas obras maestras (y, por lo general, exitosas en la taquilla), y también las ganas de Favio de ser un trovador. Compuso cantó desde los años 60 algunos de los éxitos románticos (Ella ya me olvidó, Fuiste mía un verano...), más exitosos de América. Peronista frontal, estuvo relacionado con el trágico y fallido regreso de Perón en 1973 y vivió el exilio.
Todo eso fue, pero, ante todo, Favio fue genial. Murió en 2012 y aún no hay director argentino que lo iguale.