Alrededor de 1955 solía acompañar a mi padre para entregar alguna colaboración en Los Andes, sobre temas de minería. La entregaba en la Redacción que se hallaba en la casa Serú, sobre calle San Martín.
Desde ahí me llevaba a conocer la sala de tipógrafos pues el diario se confeccionaba en esas máquinas que, con plomo fundido, confeccionaban los tipos móviles.
Trabajo de por sí peligroso pues a la larga podía ocasionar saturnismo, enfermedad crónica causada por una intoxicación con sal de plomo.
Luego íbamos hasta la rotativa, donde se imprimía el diario.
Era una tremenda máquina que producía un ruido ensordecedor.
Pero antes de comenzar la impresión el diario pasaba por los correctores de prueba que eran personas muy cultas, buena redacción y ortografía que trabajaban hasta altas horas de la noche para evitar que el diario saliera con errores.
Estos hermosos recuerdos los rescaté al leer la nota del sábado 25 de abril, “El primero que encienda la luz”, de Miguel Títiro.
Ricardo Ruiz Vega
DNI: 6.906.175