Rosario Moreno había egresado de la Academia Provincial de Bellas Artes de Mendoza, e, inmediatamente, a pesar del reconocimiento que había empezado a cosechar en Cuyo, emprendió un periplo por América Latina junto a su esposo e hijo. Esta voluntad nómade los llevó al sur de Francia, lugar que se transformaría en su hogar.
Habían llegado hacía unos años a este país y tomado contacto con el escritor Julio Cortázar, quien, conociendo las habilidades y la predisposición a la aventura de la pareja, los entusiasmó con fotografías y postales para que fueran a ayudarlo a terminar de construir una propiedad que el escritor había comprado en Saignon. Rosario se ilusionó enseguida, cautivada por la belleza que prometían las imágenes que le evocaron inmediatamente algunas vistas de los Andes y Machu Picchu.
Ya instalados en el pueblo, Rosario y Aldo arremetieron con las obras de reforma de la casa de los Cortázar, imprimiendo un carácter muy original a partir de detalles que denotan gran habilidad técnica y artesanal. Este proyecto, además, significó un afianzamiento de la amistad con el escritor y su esposa, Aurora Bernárdez, que ha quedado inmortalizado en el epistolario que compartieron las parejas esos años.
A raíz de esta confianza, los Cortázar les ofrecieron financiar la compra de los restos de una construcción que se encontraba en las inmediaciones, que databa de alrededor del siglo XII, y que se convertiría en un proyecto de casa-taller que insumiría gran parte del tiempo y la energía de Moreno, su marido y su hijo. Así Aurora les animaba “[…] Dejo para el final lo mejor de la carta: ¡Vivan las ruinas de Saignon! No vacilen en comprarla; nosotros podemos mandarle inmediatamente los francos. Basta con que nos confirmen esto. No vale la pena privarse de tenerlos por vecinos por tan poca plata. […]”(Carta de Aurora Bernárdez a los Franceschini. Archivo Personal de Rosario Moreno, 1964)
El proyecto de compra se concretó y comenzó la reconstrucción/recreación realizada en etapas que insumió varias décadas, debido a la complejidad de la técnica de construcción artesanal en piedra que implementó el matrimonio.
Los esfuerzos valieron la pena, como lo demuestra el resultado, que es asombroso.
La casa posee un sutil equilibrio entre la tradición artesanal y la sobriedad moderna. Por su materialidad se articula perfectamente con el entorno y armoniza con las construcciones aledañas, pero sin ser anacrónica ni historicista. Rosario y Aldo comprendieron el espíritu de la Provenza, pero imprimieron en la obra un carácter absolutamente original. Así, por ejemplo, se observan sillares de época que se combinan con esculturas que talló la artista, en perfecta cohesión. Las gárgolas entran en secreto diálogo con las máscaras, símbolos de la obra de Rosario, mestizaje, mezcla de varias civilizaciones a partir de la recreación de algo perdido pero con su impronta personal.
Espacialmente, se define por tres volúmenes cúbicos que poseen numerosas aberturas distribuidas con ritmo orgánico. Algunas han sido resueltas con arcos de medio punto y otras son rectangulares.
La piedra empleada ha sido extraída de los alrededores, por lo que la relación con el paisaje es inmediata. A partir de distintas dimensiones y texturas, este material es explotado en un sentido expresivo novedoso. Los arquitrabes de puertas y ventanas y los esquinales se destacan por estar compuestos de sillares de mayor tamaño y encontrarse pulidos. Imaginamos el esfuerzo y el desafío técnico que implicó mover estos mampuestos y subirlos hasta sus emplazamientos, con las herramientas más esenciales: guantes, una pala, un tacho, una carretilla y nada más.
La articulación de los volúmenes posibilita la existencia de diferentes terrazas que sirven para contemplar las incomparables vistas del valle, la vivienda se sitúa en uno de los puntos más elevados del pueblo, por lo que las panorámicas son magníficas. Además, el matrimonio diseñó varios jardines pequeños en distintos rincones o niveles de la casa en que confluían aspectos estéticos y simbólicos, que incluían fuentes, tenían recintos para animales (peces, gallinas, pájaros), esculturas, canteros, etc. que hoy, lamentablemente, se han perdido.
A la vivienda se accede por un jardín anterior, circundado por pircas. Una mención especial merece la escalera de ingreso, cuyos escalones son, al mismo tiempo, las dovelas de una arcada que sirve de techumbre a una entrada del piso inferior. La casa estaba comunicada con una construcción anexa, que el matrimonio tenía idea de continuar pero que no concluyó. Esta serie de túneles, prefigurados por la construcción histórica, alimentó la imaginación de Aldito, el hijo del matrimonio y de varios vecinos, quienes teorizaron acerca de sus posibles orígenes.
Paralelamente el matrimonio trabajaba en otros encargos y Rosario pintaba de forma ininterrumpida, a pesar del esfuerzo y el tiempo requerido en la edificación. La artista evocaba el cansancio de ambos en una carta sin fechar a su hijo Aldito. Por la mañana trabajaban en la casa de Julio Cortázar y “[…] cuando volvemos estamos cansados, todos los días subimos unas pocas piedras y luego trabajamos un rato […]”( Carta a Aldito, Archivo personal de Moreno, sin fechar).
El origen histórico y la magnificencia del resultado condicionó que Cortázar, con su sentido del humor agudo y ocurrente, los designara con distintos apodos: “Chers châtelains”, “Condesa Rosario y Conde Aldo”, “Carissima signora contessa e signor conde”, “Queridos condes”, “Queridos anacoretas”. " Señores castellanos del alto y roqueño fuerte”, entre otras ocurrencias.
En 1970, la casa recibió el reconocimiento de l’Amicale du Luberon quienes los premiaron por la restauración. Además, numerosas revistas de arquitectura de la época se hicieron eco del reconocimiento y publicaron notas ilustradas al respecto. “On le fait parce qu´on l’ aime” afirmaba Rosario en una de ellas, la hicimos porque la amamos. Fiel a su estilo despojado, estas palabras reflejan el motor, el deseo y el tesón con que también pintó y vivió.
Lamentablemente, la vivienda se encuentra hoy deshabitada. Algunos vecinos del lugar están trabajando para activar un reconocimiento o señalización.
Es interesante mencionar que en Saignon, además de Rosario y los Cortázar, vivieron artistas y escritores reconocidos como, Julio Silva, Saúl Yurkievich y Luis Tomasello, por tanto resultó una especie de “embajada” cultural de Argentina en Francia.
*Autoras: Verónica Cremaschi, grupo de Historia y Conservación Patrimonial. INCIHUSA CONICET vcremaschi@mendoza-conicet.gob.ar - Laura Balaguer, Université Aix Marseille. Membre associée du laboratoire ALTER, Université de Pau et des Pays de l’Adour, laura.balaguer@univ-pau.fr