Cuanto más se implican los hombres en el trabajo doméstico, más lo hacen también las mujeres. La afirmación puede parecer paradójica porque choca con las teorías economicistas y feministas que indican que una mayor dedicación de los padres en el hogar descarga y descargará a las madres de las labores de casa y el cuidado de los hijos, pero esto sólo es así hasta cierto punto. Cuando ellos dedican más de 15 horas semanales, la implicación femenina crece por encima de la media.
Así lo sostienen los sociólogos de la Universitat de Barcelona (UB) Albert Julià y Sandra Escapa, en el estudio “Madres sobrecargadas. Factores que causan más dedicación de las madres en el trabajo doméstico”, basado en el análisis de una muestra de 1.926 familias formadas por dos progenitores y al menos un hijo. El resultado es contraintuitivo, explican, ya que lo que parecía de entrada lógico es que la proporción fuese a la inversa -si el hombre entra en casa, la mujer aligerará sus cargas-, pero sucede justo lo contrario cuando la dedicación es intensa, y aquí radica la novedad de la investigación.
Esto se debe, sostienen, a una estrategia parental común, una estrategia emergente basada en la ‘inversión’ en el hogar y, sobre todo, en la relación con los hijos. Familias que consideran que este tiempo dedicado aporta beneficios cognitivos y emocionales a los pequeños y que supone que padres y madres comparten actividades, sin dividirse las tareas. La madre no se desentiende cuando el hombre se implica, sino todo lo contrario. Es una determinada construcción del proyecto vital.
Como se señalaba, es una estrategia familiar emergente y no generalizada. Si bien es bueno que poco a poco vaya aumentando este modelo de “padre colaborativo”, en el que los hombres se muestran dispuestos a pasar más tiempo en el ámbito privado y a efectuar las labores del hogar, el interrogante se sitúa en esta multiplicación de la dedicación de la mujer.