Cristina Kirchner
El teorema de Luciani
El teorema de Luciani demuestra que al relato ideológico justificador del gran desfalco no se lo puede vencer con otro relato ideológico, sino con toneladas de datos.
El teorema de Luciani demuestra que al relato ideológico justificador del gran desfalco no se lo puede vencer con otro relato ideológico, sino con toneladas de datos.
El programa económico que mostró Massa aparece tan pequeño e insuficiente como la mise en scène que montó para darle algo de cobertura simbólica a su designación.
Del laboratorio frankensteiniano de Cristina surgieron varios monstruitos: Amado Boudou, Aníbal y Alberto Fernández. Ahora llega Sergio.
El nuevo “superministro” tiene que salir al ruedo a probar y probarse, mientras el poder de Alberto Fernández y Cristina Kirchner se disuelve como arena en las manos.
Es ahora o nunca. Massa tiene que salir al ruedo a probar y probarse si puede ser un buen aspirante en 2023. Y la prueba que se le exige es fenomenal.
El partido guapo y machote de la Argentina hoy parece un burguesito asustado frente a la crisis que él mismo provocó y por eso le echa la culpa a todos los demás, mientras se va borrando de su responsabilidad.
Nunca en décadas el país vivió un momento tan poco destituyente, pero tampoco vivió un gobierno que se quiera tanto destituir a sí mismo.
En los viejos tiempos dar la palabra era cuestión de honor. En los años 70 la palabra llegó a matar. Ahora las palabras ya no valen ni dicen nada. Sólo nos queda ser “todes”.
Nunca como por estos días Alberto demostró que le tiene muy poquito temor a Dios y muchísimo a Cristina, a quien le sigue cediendo hombres y banderas.
En Tecnópolis no los unió el amor sino el espanto ante lo que hicieron con YPF al confundir un Estado fuerte con un estatismo fofo y prebendario.
Alberto actúa como el dueño de casi nada, que para él es casi todo. Cristina intenta borrarse lo más posible de Alberto, aunque aun así se cree dueña de todo.
Cristina con su ideologismo extremo y Alberto con su oportunismo absoluto, inventaron un Putin con el cual creyeron que se podía jugar al TEG.
Alberto y Cristina saben que este matrimonio por conveniencia no da para más, y que entonces la única opción que queda es entre el divorcio o la promiscuidad.
Alberto Fernández fue a La Pampa a buscar apoyo político en su interna contra Cristina Kirchner. A cambio de ello agredió a Mendoza con singular bajeza.
De la vocación autodestructiva de las grandes coaliciones, van surgiendo esperpentos peores que esta política esperpéntica que tenemos.
Cristina ante Putin se hubiera propuesto como Cleopatra ante Julio César para dominar juntos el mundo. No como Alberto que se ofreció de mero portero.
¿Por qué somos tan frágiles institucionalmente?, ¿por qué despreciamos siempre tanto la legitimidad republicana para quedarnos en el borde de una legalidad que no nos atrevemos a violar pero que tratamos de interpretarla de la peor manera posible?
¿Por qué somos tan frágiles institucionalmente?, ¿por qué despreciamos siempre tanto la legitimidad republicana para quedarnos en el borde de una legalidad que no nos atrevemos a violar pero que tratamos de interpretarla de la peor manera posible?
Cristina no cree tanto en la rusofilia (amor a Rusia) como en la yanquifobia (odio a EE.UU.), por eso apoya teocracias como Irán o es ambigua con Ucrania.
Hasta para el ridículo se necesita creatividad: como la que demostró Parrilli al dividir a los bebés entre cristinistas y macristas.
El Mendozazo fue hijo de una Mendoza y una Argentina de clase media con muchas expectativas de crecimiento trabadas por el sistema político. El país y la provincia de esos años poseían una inmensa movilidad social y una capacidad de protesta popular que las puebladas no hacían más que reforzar.
El peronismo otra vez es víctima de sí mismo, como en aquellos delirantes años 70 que el kirchnerismo propone, irresponsablemente, revivir.
Sobre sus debilidades, sobre sus venas abiertas, un nuevo ataque a la globalización intenta el tirano Putin. Pero esta vez la respuesta parece ser políticamente unida.