Ushuaia: Aventurarse con estilo

La ciudad invita a capturar los gélidos paisajes desde tierra y aire, mientras el calor de una chimenea espera al regreso.

Ushuaia: Aventurarse con estilo

Nieva en el confín, y la alegría es directamente proporcional a los copos que caen. Abajo la ciudad con sus techos rojos, las calles en pendiente y los colores de los muros que se esfuerzan para hacerse notar entre los que la naturaleza ofrece. El canal de Beagle luce azul plomizo; la cordillera, todas las gamas de violetas recortadas de blanco; el verde no se pierde, porque aún el manto níveo no se lleva toda la visual. Desde los ventanales de Arakur, arriba de todo, la flora autóctona, entre los ocres y rojizos, se cuela sin freno. Podríamos seguir con la ñata sobre el vidrio, calentitos, en el gran lobby con livings de cara al espectáculo “del final”, pero este sitio reclama un especial contacto con el afuera.

Ushuaia es una ciudad muy nueva. En los 80’ su población ascendía a 7.000 habitantes. Hoy son 80.000 con la mitad de la población menor de 18 años. Este cambio demográfico obedece a los que llegan desde otras provincias y también desde países limítrofes. Gente que, a modo de colonos, se afincan en finisterre para crear su lugar en el mundo. Las fábricas son un llamador, pero más lo son las posibilidades infinitas de hacer, en un territorio en el que hay lugar para creativos. Los barrios crecen, de a poco, con esfuerzo porque aquí todo cuesta mucho. Como desde sus primeros habitantes, es un desafío diario pelearle la vida al clima y a las distancias. Se sabe, Dios atiende en la Capital...

Una vez en el Parque Nacional Tierra del Fuego, y éste no es un paseo más, es la excursión obligada, los bosques de hayas -que se dan de maravillas pues necesitan de frío todo el año y aquí la temperatura media anual es de °5,3-, se extienden a sus anchas incluso junto al mar. Ésta es una particularidad única de esta tierra prometida. Cohihues, ñires y lengas entre medio, y en vastos espacios planos sin árbol alguno, se manifiestan entre el naranja y el amarillo, los turbales. Éste es un tipo de suelo que se formó hace 12 mil años aproximadamente, una maravilla que da cuenta de la evolución de este planeta. Antes allí había lagunas sobre las que fue creciendo musgo y, con el trascurrir de los milenios y los cambios climáticos, las capas de ese musgo se fueron apilando dando lugar a una especie de esponja gigante, que sigue mostrando el agua de sus orígenes en franjas que van desde los 3 a los 20 metros de profundidad con sus oníricas tonalidades como señaladores y el aviso del guía “no los pisen”.

Al adentrarse en los boscosos parajes no es extraño ver las Barbas de viejo. Son líquenes que indican la excelsa pureza del aire que respiramos; los Farolitos chinos colgados de las ramas que alcanzan. Mientras el río Lapataia hace su aparición estelar es el cerro Cóndor el que se apodera de la visual, con nubes que simulan chimeneas de un volcán y se reflejan en el agua.

Las plantas de Corinto o panilla hacen del piso una alfombra en torno a la Laguna Verde, sitio en el que se puede acampar. Canelos, notros, maitenes se entremezclan con la Campanilla, la flor que representa a Tierra del Fuego, hasta llegar a Bahía Lapataia. Allí,  la Estafeta del Fin del Mundo y esa sensación que es inmensa y real, ahí frente a los ojos, el fin.

Es imposible no perderse en los propios pensamientos ante la imagen del adiós del continente, pero algo llama la atención. Pequeños montículos verdes cubiertos de nieve, de apenas unos metros de alto, cercados. Son los concheros, nos dicen, restos arqueológicos de los Yamanás. Esta tribu se ubicaba en las costas de la isla y se valía de la pesca -en sus pequeñas embarcaciones de lenga- y también de la recolección de moluscos, como de la carne y grasa de los lobos marinos, para sobrevivir. Ellos andaban casi desnudos por la vida, se untaban grasa de lobo en la piel y se hacían impermeables. También esto les permitía atesorar el calor corporal, además de las pieles de algunos animales. En torno a sus chozas arrojaban los restos de comida, entre ellos las conchas de mar. Éstas con el tiempo formaron parte del paisaje. Esas lomas, hoy, son el resultado de aquellas prácticas que han contribuido a aprender mucho de esta comunidad.

Las canoas esperan, ¡a jugar se ha dicho!

Donde la aventura se hace lugar
J.J. pasa a buscarnos por el hotel. Mira al grupo, nos inspecciona minuciosamente, quiere que estemos abrigados y con ropa apta para mojarnos. Conduce la camioneta con destreza, la dosis de atrevimiento adecuada para hacernos vibrar un día gris en el que la nieve no deja de caer. Nos dirigimos hacia al norte de la isla, por la Ruta Nacional N° 3, pasando por el Cerro Castor, el centro de ski más famoso de Ushuaia.

Luego de cruzar la cordillera de los Andes, empezamos la aventura 4×4 por antiguas rutas fueguinas, tras el paso Garibaldi, cuya panorámica es alucinante, alguien grita “con emoción” poniendo el dedo en la llaga del piloto que, entre describir lo que vemos, contar la historia isleña, hacer chistes, invitar con mate y bizcochitos, se da maña para poner picante a la conducción de la camioneta.

Vemos varios diques construidos por castores, enormes árboles roídos por estos animales que luego apilan y acomodan a su antojo con ramas y barro, formando las castoreras que utilizan como vivienda y para almacenar sus víveres. Resulta fascinante ver el denodado trabajo de los castores aunque no es simpático que estén destruyendo los bosques fueguinos.

La historia cuenta que en 1946, con el objeto de fomentar la industria peletera, se introdujo en el área este roedor canadiense acuático de gran tamaño, que llega a medir 1,20 metro. Lo cierto es que su desarrollo en este destino no consiguió los efectos deseados y su piel no sirvió a los fines planeados. Claro que su reproducción fue notable, como los daños que causa, porque en esta latitud no tiene sus predadores naturales. A Dios gracia a nadie se le ocurrió introducir a algún oso, lobo o lince por aquí...

El paseo sigue, el frío se siente y la aventura que nos hace saltar y agarrarnos fuerte a todo aquello que parezca estable, nos mete en huellas anegadas, nos saca con furia y nos deja a 35° de inclinación en la 4x4 con las cabezas mirando la tierra húmeda. Todos gritamos; J.J. se ríe. No se conforma y encara al lago Escondido. No se atreverá, pensamos, pero se lanza a las playas rocosas. Luego el agua y las gargantas ya no dan más de los gritos y carcajadas que resuenan mientras los ojos intentan regresar a su órbita. Cuando la pedregosa costa nos ampara, toma un atajo, feroz, y después, dice con disimulada ironía: a caminar. El reloj marca las 21, la oscuridad instalada. La humedad del suelo bajo los pies, esbeltos árboles de más de 300 años, nos rodean, otros caídos que debemos saltar con premura para no quedarnos en la retaguardia, porque también hay cuentos de fantasmas.

El Refugio, a poco, con apenas un mesón y bancos de madera, velas sobre botellones y una picada a la que le sigue un exquisito asado con buenos vinos para repasar lo vivido. A las 23.30 las estrellas destellan, flan con dulce de leche, y fin de fiesta.

Sobrevolar el umbral
Un nuevo día y el helipuerto es toda una alegría cuando los pasajeros arribamos ávidos de experimentar nuevas sensaciones. Las medidas de seguridad, las cámaras en mano y un ensordecedor sonido inicia el ascenso del helicóptero. Otra vez nos sentimos niños, mirando el canal y hasta distinguiendo la iglesia de la ciudad, viendo las embarcaciones y las calles que se caen al agua, los cerros blancos y de repente nuestro hotel en el horizonte. Valen la pena los 7 minutos de adrenalina en el aire.

Un lugar especial
Verdaderamente hay un magnetismo con esta área prístina del planeta que nos vuelve a todos chicos, nos enterramos en la nieve, armamos una que otra guerra ocasional en un estado de plena libertad. Es el particular ambiente del umbral continental. Las nevadas otra vez nos sorprenden. ¡Vamos a la piscina! Más de 200 metros de agua -entre techada y otras a la intemperie- con la mejor vista de la bahía. Con el agua calentita hasta el cuello, y la nieve en la cara, sabemos que esto es guiño de alguna deidad.

El día en invierno apenas dura 6 horas 45 minutos. En verano, 17 horas y 23 minutos, pero como estamos en otoño, la medida es justa para divertirse en el afuera y disfrutar de largas veladas a la luz de la chimenea con un buen vino mendocino en el adentro de Arakur. En lo alto del Cerro Alarkén, y con la Reserva Natural del mismo nombre en derredor, sobre un balcón natural a 250 metros sobre el nivel del mar, el lujoso alojamiento deslumbra. Son más de 100 hectáreas de bosques fueguinos las que lo envuelven. Entonces, incorporar esas vistas con el Beagle a los pies, y más meterse en ellas con las excursiones que allí se realizan, es vivenciar Ushuaia en plenitud. Durante todo el año y con el encanto de cada estación, desde sus puertas, parten los senderos para caminatas de diversos niveles por bosques nativos, turbal, hacia la cumbre o al Arroyo Grande. Es imprescindible llegar a la cima del cerro. La panorámica 360 lo sitúa en un lugar más que especial, la mismísima síntesis del fin del mundo.

La Cravia es el restaurante donde la centolla, el cordero y la merluza negra, agregan sensaciones a la estadía. Otro lugarcito muy encantador para tomar tragos o cervezas artesanales con tablas de quesos y fiambres patagónicos es el Lobby Bar. Allí hay que sentarse a esperar el ocaso sobre el Beagle mientras desde el piano de media cola Steinway suena Wonderful World.

Video de Ushuaia desde el aire:

Información

Arakur Ushuaia Resort & Spa. Habitación Doble Standard desde AR $ 1266 por noche por persona con desayuno bufet, WiFi, acceso al spa y gimnasio, caminatas por la Reserva Natural Cerro Alarkén y shuttle al centro de Ushuaia. www.arakur.com  reservas@arakur.com (2901) 44 2901  - (11) 4781 4777

Excursiones Tierra Turismo: Castores 4x4, $ 2000 disponible verano y otoño. Tel: (02901) 433800, www.tierraturismo.com/,

Vuelos a Ushuaia con Lan desde $ 2.693 o 12 cuotas de $ 225, cuenta con  1 frecuencia diaria. 
LAN, 0810-9999-526, www.lan.com

Canal Fun, excursión Parque Nacional y canoas. $1.750 por persona.
Incluye: almuerzo con entrada, plato principal, bebidas (agua, vino, y gaseosas), postre, equipo de canoas, guías especializados. Tel.: 2901 435777, www.canalfun.com

Paseo en helicóptero: sobrevuelo a la ciudad de Ushuaia, 7 minutos, U$S 99. Tel.: 4 2901 444 444; www.heliushuaia.com.ar

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