En un proceso que lleva ya unos cuantos años, la Capital realiza una serie de obras de carácter urbano que tocan, se yuxtaponen, se suben, se mezclan, tapan otras, consolidadas como tales, en las que en algunos casos era necesario hacer algún mantenimiento o actualización y en otros, no había necesidad, pensando, sobre todo, en el estado de profunda crisis que atravesamos.
Pero entre unas y otras, se ha hecho patente la necesidad, evidente por las formas, los materiales usados, la monumentalidad manifiesta y la ostentación, de mostrar a toda costa que allí sucede algo nuevo, una marca, un sello de que hay obra, que la Municipalidad está atenta y presente en todos y cada uno de los rincones de su ejido.
La plaza San Martín, distintas calles de diversa envergadura, ubicación y jerarquía, el Parque O´Higgins, plazoletas, etc., que aparecen de pronto, ante la atónita mirada de vecinos y ajenos, como trasplantadas desde otro sitio, bastante lejos de lo que sentimos con identidad de mendocinos y bastante lejos, sobre todo, de lo que antes ocupaba ese lugar.
Y no siempre la sorpresa en temas urbanísticos es buena, desde la mirada acostumbrada a ver la ciudad con criterio estético, crítico, profesional, sobre todo si está teñida de moda, de seguir modelos de otros lados, de quedar reñido su resultado con lo que de mendocinos nos va quedando: acequias abiertas, bordes netos de cordón –vereda– calle, aparición desmedida y caprichosa de bolardos, etc…
Y para muestra, quiero ejemplificarlo en una zona, cara a mis recuerdos de infancia y adolescencia, como el Parque O´Higgins. Allí se construye en la actualidad un nuevo teatro Gabriela Mistral (¡!).
El solo hecho de haber demolido el existente, obra de Daniel Ramos Correa, arquitecto visionario de nuestra historia, autor de emblemáticas obras, sin el menor respeto por su valor patrimonial, proyectual, etc., como para imponer, desde el vamos, una idea diametralmente opuesta, a título de qué, sino de hacer cáscara, imponerse, imponernos a presión la obra, que tarde o temprano, se naturalizará en nosotros, empobreciéndonos.
La humildad del proyecto mencionado, permitió que “su” teatro no solo no pesara en un parque, pues era el objetivo fundamental del tema, sino que creara un ámbito recoleto, íntimo, a escala con las medidas, formas y bordes (la ruidosísima Costanera, San Luis, Córdoba y Corrientes ) en un cuidado estudio de espacialidad, texturas, colores, etc., que la obra actual tira por tierra: una cubierta caprichosa, desmesurada, ha transformado ese prado del Parque en una mínima plazoleta sin carácter ni sentido.
Estas son las decisiones que marcan la diferencia entre hacer ciudad y poner cosas, en medio de grandes inversiones, que por un lado destruyeron un lugar importante de nuestro acervo, y por otro, dejaron para el futuro, un pesado elefante blanco, que empobrece nuestra arquitectura, nuestro urbanismo y por ende nuestra cultura.
Y lejos de cuestionar a los actuales proyectistas, cuestiono el error de la decisión política y la forma de imponerla a aquellos, con todo su acompañamiento de falta de humildad y desconocimiento del tema.
Arq. Vicente Daniel Armando
DNI 10.350.483