Belén, artesanos de hoy y de ayer. El golpe seco y acompasado de las palas de los telares retumba en el fondo de las viviendas, quebrando el silencio de los jardines donde un puñado de herederos de tradiciones ancestrales trabajan la lana de oveja, de llama o de alpaca para transformarla en un cálido poncho, cuyo toque final será el colorearlo con un teñido a base de fibras naturales, con tintes del monte nativo, frutas, verduras y otras hierbas. Aunque, dicen los que saben, que el típico poncho de Belén lleva la guarda lisa y blanca que, en general, se extraía del lomo de la vicuña, que actualmente está protegida por estar en peligro de extinción.
"Cualquier árbol te da un color", repiten los que saben por aquí. Cáscara de nuez, yerba mate, cebolla, algarrobo, jarilla o remolacha entre otras, son el fruto de los tonos de estos exquisitos abrigos, tan nuestros como el asado.
En lo más alto del cerro hay una virgen que abriga un niño en sus brazos. Ella custodia los días y noches de las treinta mil almas que habitan Belén, conocida y autoproclamada como “la cuna del poncho”. La ciudad, tan distante en alma y vida de su homónima bíblica, comparte este título con su vecina Londres, tan distante en alma y vida de su homónima y cosmopolita urbe inglesa.
Este lugar en el mundo donde incas y diaguitas dejaron su huella, luchando entre sí primero y enfrentando a los conquistadores españoles después, se caracteriza por la gran cantidad de artesanos que trabajan día a día en la confección de ponchos, la prenda nacional por excelencia, que en estos pagos en una institución, una marca registrada.
Ubicada en el centro de la provincia, a Belén se accede por la Ruta 40, que surca el país de punta a punta. Fue fundada en 1881 por Bartolomé de Olmos y Aguilera quien la nombró de esta manera porque, igual que tantos otros conquistadores, le puso el nombre de su pueblo natal en España. Hoy en día, en el centro de esta apacible ciudad, se puede visitar la carpa de los artesanos, ubicada frente a la plaza principal y la iglesia, donde los pobladores exhiben sus artículos durante el año entero y aguardan con calma norteña la llegada de los clientes. Muchos de ellos también salen a vender en ferias por todo el país.
Durante la fecha del Inti Raymi (la Fiesta del Sol, el 21 de junio) se hace una gran feria de productores. Lugareños como don Demetrio Gómez, uno de los artesanos emblemáticos del lugar, cuyo emprendimiento “El telar del Chango Real”, forma parte de la Ruta del Telar catamarqueña.
La Ruta del Telar está integrada por una red de talleres familiares artesanales, locales de asociaciones, cooperativas, y comunidades de pueblos originarios. Cada emprendimiento cuenta con sus propias pautas de trabajo, por lo general por herencia familiar, desde el origen de la materia prima, la clasificación, el hilado, los diseños, el tejido, la confección.
Belén es una de las cuencas textiles artesanales más importantes del país, y cuenta con destacados artesanos reconocidos y premiados a nivel nacional e internacional. Acá, el visitante puede vivenciar, ver y aprender, el trabajo cotidiano de hilanderas y tejedoras.
A don Demetrio, lo encontramos en su hogar, una casita de adobe, donde vive con su mujer Susana, y donde además funciona su taller y punto de venta: un muestrario casero y desordenado de los más fantásticos ponchos, alfombras, fajas y artículos de cuero que el matrimonio confecciona. Llegó hace muchísimos años de la hostil Puna catamarqueña. Tantos, que ya ni recuerda. Allí, en aquel territorio, es donde aprendió de sus ancestros las técnicas en telar. "Trabajamos a partir de un vellón de lana, lo trabajamos, lo hilamos manualmente y a partir de allí tejemos nuestros ponchos con diseños tradicionales de nuestros antepasados. No nos enseñaron en ninguna escuela", dirá Demetrio, que es hosco y duro como la Puna misma. Y enseguida despliega un poncho deslumbrante, que, asegura, demora un mes para hacerlo. El poncho está hecho con una técnica conocida como tejido de dos haces o urdimbre doble faz, -una prenda en la que el anverso y el reverso son totalmente distintos-.
Marcos Herrera es un artesano joven, que aprendió el oficio del tejido en telar de su madre, quien a su vez lo aprendió de su abuela, y así sucesivamente. También, asegura, es un artesano “moderno”, porque incorporó la tecnología como herramienta para comercializar sus productos. “Muchos de los viejos artesanos me acusan de no ser artesano. Dicen que soy un pequeño empresario”, comenta, y se ríe este hombre que innovó no sólo en la forma de comercializar sino en el ingenio para tejer: le puso un rulemán al telar, que funciona a manera de polea para disminuir el roce. “Así el trabajo es más liviano y la producción de hilo se agiliza”, explica, a paso lento por las callecitas de Belén.
Telares londinenses
Londres, a quince kilómetros de Belén, ciudad con la cual mantiene la sana competencia en torno a los ponchos, también se jacta de tener gran cantidad de artesanos. Fundada por primera vez en 1558, tuvo que ser refundada. A pesar de todo, se trata de la segunda “ciudad” más antigua del país. Aunque, a decir verdad, de ciudad-ciudad, tiene poco y nada. Atravesada, literalmente, por la mítica Ruta 40 que divide a Londres en dos, en este bucólico pueblito típicamente norteño viven unos 3 mil habitantes, entre nogales y algarrobos centenarios.
Acá, las casas también son talleres, y en los fondos se escucha el incesante golpeteo de las palas de los telares, como en el jardín de Adelina Díaz, quien aprendió el oficio de su madre y se lo traspasó a una de sus hijas. Pero sus hijos varones no quisieron saber nada. O como en “Tilana Suyay”, que significa “Urdir Esperanza”, el nombre de uno de los talleres más conocidos de Londres, el de Selva Díaz, quien, a diferencia de Adelina, logró convencer a su hijo Marcelo para que siguiera adelante con la tradición familiar. Marcelo no sólo puso manos a la obra sino que también acercó a sus amigos, varios jóvenes varones que trabajan contra todos los prejuicios: es que tejer representa una actividad eminentemente femenina. Pero a ellos no les interesa. Están concentrados en las coloridas telas de oveja que sus manos transformarán en magníficos ponchos, cubrecamas, fajas, caminos, siguiendo una tradición de centurias, que reafirma que en Catamarca se encuentra la verdadera cuna del poncho.
Datos útiles
Dónde Dormir:
Hotel Belén: Teléfono: +54 03835 461501, www.hotelbelen.com.ar
Más información: www.turismo.catamarca.gob.ar
Del camino inca
Las ruinas del Shinkal, se cree ciudadela diaguita y luego tomada y reformulada por el gran imperio, está a cuatro kilómetros del centro londrino. Es parte del Gran Camino del Inca o Capac Ñan en quechua, que unió de norte a sur, desde Colombia a Mendoza.
Las ruinas, enclavadas entre montañas, tienen una extensión aproximada de un kilómetro cuadrado y fueron reconocidas por los arqueólogos como una Guamani (Cabecera Provincial) del Tawantinsuyo o imperio incaico, que tenía cuatro puntos. El Shinkal es la capital de provincia que se ubicó más al sur. Según se desprende de algunas crónicas hispanas y estudios arqueológicos, habría funcionado como una especie de aduana de una red vial de tránsito de minerales hacia el Cusco.
Era un lugar de tincuy, que es la intersección de varios tramos de redes viales. Una especie de nudo central en el dibujo del Camino del Inca entre Tucumán y las zonas del centro y norte de Chile a través del paso de San Francisco. Su trazado urbano coincide con el modelo originado en el Cusco: una plaza principal, numerosas habitaciones comunes y dos pirámides enfrentadas, que son las plataformas ceremoniales.
El Shinkal era un centro de poder administrativo, político y económico. Aquí se encontraba el Ushnu, el sillón donde se sentaba el jefe. "Es un centro de poder- asegura Cristina Capilla, guía de la secretaría de Turismo de Catamarca-. Los incas y diaguitas han establecido un sistema de intercambio de productos con otras poblaciones, incluso con diaguitas de Chile". La antigua ciudadela fue, al mismo tiempo, el último bastión de la zona de la defensa de los pueblos originarios frente al español. "Aquí fue torturado una de los grandes caciques de aquella época, como Juan Chelemin -aporta Cristina-. Se dice que Chelemin fue torturado delante de su cacicazgo y sus restos esparcidos a los cuatro puntos cardinales para que sirvieran de ejemplo. La leyenda dice que cuando sus restos, que siguen reptando bajo la tierra, se encuentren nuevamente, renacerá la gran Nación Calchaquí" .
Lo más impresionante son las dos pirámides, la del Sol y la Luna, que se levantan una frente a otra, a unos 25 metros de altura: son las plataformas ceremoniales. En el trazado de la antigua ciudadela se destaca el Ushnu, que habría funcionado como centro ceremonial y administrativo, oráculo y tribunal de justicia. También se aprecian desde lo alto las típicas Kallankas. Se trata de recintos rectangulares que habrían sido viviendas comunales y fábricas textiles. En el medio de los dos templos se ubica la Aukaypata o plaza, el lugar central de encuentros y reuniones.
"Es un espacio muy grande. Eso nos ayuda a determinar que han venido miles y miles y miles de personas -explica la guía del sitio-. A veces hay grupos de 70 personas y ocupamos sólo una esquina de la Aukaypata", grafica la joven, que nació y se formó acá. También se distinguen los Ayllus o pequeños barrios, y los patios internos con las Kanchas, que eran espacios comunitarios. "En la Kancha había morteros, telares, espacios limpios para secar y desgranar el maíz para hacer la algarroba (bebida típica de la zona) y hasta para domesticar a la llama. Este lugar tienen una energía muy particular. A veces no es solamente lo que ustedes cuentan u observan, sino lo que se siente a través nuestro. Es un lugar único. Cuando llegamos acá arriba nos damos cuenta porque lo usaban como templo sagrado y ceremonial. Son lugares estratégicos para conectarse con el sol, la luna, las estrellas. Uno pueda hacer silencio y sentirse parte de la historia".