Las confesiones del Papa

Directamente desde Roma, el sacerdote nos cuenta cómo vivió la despedida de Benedicto XVI.

Las confesiones del Papa
Las confesiones del Papa

El miércoles 27 de febrero, Benedicto XVI ofreció su última audiencia general como Papa. Una multitud inmensa lo siguió atentamente, en un silencio emocionado que conmovía por sí mismo.

El anciano Papa leyó su catequesis, interrumpido varias veces por el aplauso de la gente. Lo hizo con su típica voz cascada, por momentos imperceptible. Nadie quería perder una sola palabra.

Confieso que esperaba otro tipo de discurso, tal vez más formal. Quedé sorprendido. Con un estilo sereno, directo y honesto, el Papa habló de su persona, de su fe, de su experiencia de Dios y de Jesucristo. Habló de su confianza en Dios y en el camino de la Iglesia.

El cristianismo conoce el género literario denominado "confesiones". La más célebre de todas: la de San Agustín. Un hombre de fe relata su vida. Lo hace en clave religiosa: no exhibiéndose a sí mismo con un discurso autorreferencial sino centrándose en Dios. El creyente confiesa su fe, narrando lo que Dios ha hecho por él: alaba, da gracias, suplica, pide perdón.

Busca mirarse con los ojos de Dios, tal como éste se ha dado a conocer en Jesucristo: humilde, pobre, amigo, cercano a cada ser humano, salvador.

Las confesiones son, en rigor, una forma de oración, de encuentro agradecido entre el Creador y la criatura, hecha a su imagen y semejanza.

En esta forma de narrar la propia vida se muestra la verdadera naturaleza del Evangelio. No una ideología o una moral, o el mero recuerdo de un personaje significativo del pasado sino una transformación viva: Cristo en el creyente, el creyente en Cristo.

Eso percibí al escuchar al anciano Benedicto. Un hombre transfigurado por el encuentro con Cristo. Un hombre convertido en Evangelio viviente. Sí, en el Vaticano, este anciano vive el Evangelio.

En la Plaza de San Pedro, este anciano abrió su corazón y tocó los corazones. Nos habló de sus certezas más hondas, certezas que brotan del encuentro con Cristo, de la experiencia de Dios, no de la lectura de un libro o del ejercicio de una tarea académica. Nos habló de su conciencia, atenta a buscar la verdad y el bien en sí mismos, más allá de todo cálculo o conveniencia personal.

La mayoría de los que estaban en la Plaza eran jóvenes. Fue impresionante ver sus rostros. Esos hombres y mujeres jóvenes habían captado con sintonía interior la autenticidad del anciano Benedicto.

Adultos y jóvenes salimos de la Plaza con el corazón colmado. Lo comentamos espontáneamente.

Es consolador pensar que, no obstante tanto ruido, gritos y agresiones, los seres humanos podemos converger en un mismo lugar interior, escucharnos, comprendernos y sentirnos parte, los unos de los otros. Sentirnos un cuerpo. Eso es lo que nos da la fe cristiana: nos hace familia, cuerpo, pueblo.

¿Qué dijo en concreto el Papa? Sólo rescato una frase, entre muchas. Decía el Papa, en esta luminosa mañana romana: "Desearía que cada uno se sintiese amado por aquel Dios que ha entregado a su Hijo por nosotros, y que nos ha mostrado su amor sin límites. Desearía que cada uno sintiera el gozo de ser cristiano".

Todo el magisterio de Benedicto XVI puede resumirse en estas palabras.

Otras lecturas son posibles. Esta lectura, personalísima, proviene de la fe porque la fe involucra a las personas unas con otras, dando la posibilidad de comprender lo que, de otro modo, permanece oscuro y misterioso. Jesús decía: ver sin comprender.

Las opiniones vertidas en este espacio, no necesariamente coinciden con la línea editorial de Diario Los Andes.

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