Uno ya no es del todo joven, pero tampoco viejo. Y en ese momento, con la duda sobre la edad y el camino recorrido en ciernes, irrumpe el inevitable interrogante: ¿Ya está todo dicho? ¿Esto fue la vida y se acabó? Para que la insatisfacción y el descontento no ganen terreno es crucial plantearse esas preguntas de un modo muy consciente y evaluar cómo se les puede sacar cierto provecho. Lo principal: no dejarse sucumbir.
Esta crisis de la mediana edad se da tanto en hombre como en mujeres. Hay hombres que creen que las novedades vendrán a través de una nueva aventura, miran a mujeres mucho más jóvenes que ellos y van al gimnasio para tener un cuerpo trabajado y poder vestir como dictan las modas más recientes. Al menos eso es lo que dice el estereotipo del hombre que atraviesa esta etapa.
Pero no todos tienen este tipo de crisis. Los piscólogos y terapeutas subrayan que no existen pruebas científicas que certifiquen o comprueben la aparición de esta evolución.
Sin embargo, esas "inquietudes" suelen aparecer entre los 40 y los 50 años. Hay quienes dicen que su característica principal es la de un quiebre. "El desarrollo humano es una sucesión de fases evolutivas en las cuales los quiebres forman parte constitutiva de ese proceso", explica el profesor Peter Walschburger, de la Asociación Alemana de Psicología.
Pero si bien el paso de la vida va dejando distintas huellas según las experiencias que haya hecho cada uno, hay algo que sí indican muchos estudios realizados: en lo que podría considerarse la mitad de la vida, la satisfacción decae, y no en pocas, sino en muchas personas.
Es el momento en el que se han alcanzado objetivos, tanto a nivel laboral, familiar como económico, y pareciera que ya está todo hecho. O no. La crisis también puede aparecer a cierta edad justamente por no haber logrado lo que se creía que se podría. Y ese es justamente el momento en que los pensamientos negativos abonan el terreno a la insatisfacción y a la sensación de que no habrá más que decadencia.
En el caso de los hombres, hay especialistas que aseguran que se da una especie de "menopausia masculina". "El motivo es claramente orgánico: el nivel de testosterona decae", asegura el doctor Rolf Merkle, que observa que, a consecuencia de ese cambio, pueden aparecer una sensación de debilidad, mayor irritabilidad, desasosiego, inconvenientes en la potencia o erupciones de sudor.
Para la gran mayoría de las personas es un alivio ya no tener 20 años. Ya no hay que estar demostrando si uno es inteligente o capaz y se puede estar más relajado. Pero, por otro lado, no tener 20 años a muchos los hace plantearse la pregunta de qué se ha logrado hasta ahora y ahí es cuando se abre el nubarrón del pesimismo que envuelve todo en la idea de que muchas cosas ya no se lograrán.
Tampoco debe subestimarse la mayor perspectiva que se tiene hacia el transcurso del tiempo. A los 20 los jóvenes suelen estar llenos de energía y no tener demasiadas responsabilidades, mientras que a los 50 las cargas, muchas veces arrastradas durante años, consumen gran parte de las energías de vida.
Hay que atender a los padres, que ya no pueden manejarse solos; el vínculo de pareja está bien pero no genera gran curiosidad; el trabajo "es lo que es" y ya no presenta grandes desafíos. ¿Qué sigue entonces?
Stop. Lo importante es detenerse y tomarse tiempo para pensar en lugar de seguir exasperado por las cargas o correr sin descanso tras una nueva meta.
Planificar. Hacer una lista con las cosas que uno ha alcanzado y con aquellas que quisiera cambiar puede ser muy útil. No hay que descartar esta idea, por simple que parezca. Hacer un balance de lo que se ha hecho, de en qué lugar se está y hacia dónde se quiere ir es una gran ayuda para detectar las necesidades y los deseos.
Cambiar de a poco. No es necesario dar un giro de 180 grados ni revolucionar el día. A veces puede significar un gran cambio hallar nuevas tareas en el trabajo, especializarse en un área en particular, empezar un curso o dedicarse a un hobby que siempre se quiso y nunca se pudo. También es bueno hacerse del tiempo semanal para encontrarse con un amigo.
"Lo decisivo es no estancarse en los lamentos sino ver qué se tiene ganas de hacer", dice Walschburger. Aunque parezca imposible, ¿por qué no probar?
El peligro, dice Merkle, es poner en duda todo lo que se ha hecho hasta ese momento y querer hacer un quiebre radical. Dar un salto semejante al vacío poco tiempo después puede doler.
La crisis de la mediana edad puede ser una oportunidad para reconocer a qué se le ha dado importancia hasta ahora, qué se puede descartar y cuáles serán a partir de ese momento las prioridades.
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