La historia de amor de más de 70 años de los reyes de Inglaterra demuestra que hay almas que están hechas para unir sus vidas para toda una vida. La Reina Isabel y el Príncipe Felipe se conocieron en su juventud y desde que se unieron en matrimonio, compartieron todo, hasta el reinado de Gran Bretaña. Pero ni la realeza salva de las peleas que una pareja puede llegar a tener y se pudo conocer cual fue el primer gran desacuerdo en el que el Duque de Edimburgo decidió no dejar de desistir. Su decisión influye hasta su último nieto, Archie el hijo del Príncipe Harry.
Desde el nacimiento de su primer hijo, el Príncipe Carlos, el marido de la joven reina en su momento, presionó para poder cumplir uno de sus sueños: que sus hijos y nietos pudieran llevar su apellido. Pero el pedido del fallecido consorte en realidad iba en contra de un acuerdo que se había hecho antes de su casamiento con la futura soberana, el 20 de noviembre de 1947.
Justo antes de la boda, a él se le concedió el título de su alteza real el duque de Edimburgo y se acordó que sus hijos se apellidarían Windsor para continuar con la dinastía. Incluso este cambio del original apellido de la familia, que era Saxe-Coburgo-Gotha, debió cambiar a causa del inminente descontento alemán que había en el mundo.
El Príncipe Felipe se mantuvo al margen, solo comentando su descontento en privado a la reina. Pero fue cuando su suegro, Jorge VI, falleció y su mujer fue coronada, que comenzó a complicarse.
Las duras palabras del Príncipe y la decisión salomónica de la Reina
Rápidamente, el asunto se convirtió en público. “No soy más que una maldita ameba. Soy el único hombre en el país al que no se le permite dar su nombre a sus propios hijos”, se le escuchó decir al mundo al Duque de Edimburgo. Era el primer conflicto que lograba distanciar al matrimonio que se había mantenido firme ya por muchos años.
El apellido de su marido, Mountbatten, contenía ciertas dificultades por detrás. No solo era de origen alemán, sino que bajo el apellido se encontraban muchos miembros finamente ligados a la familia real que incluso habían cenado y compartido con nazis. Sin embargo, la presión de ambos lados de la familia, el tío de su marido lord Mountbatten por un lado y su abuela, la reina Mary, y el entonces primer ministro, Winston Churchill por el otro, la reina logró tomar una decisión que contentaría a todos.
Tras muchas idas y venidas, finalmente Isabel consiguió hacer realidad el deseo de su marido, aunque ella decidió no renunciar a su apellido y decantarse por una solución salomónica: el apellido Mountbatten-Windsor.
Pero con una condición. Sus hijos (Carlos, Ana, Andrés y Eduardo) se llamarían solo Windsor, mientras que otros descendientes que no fuesen príncipes o altezas reales llevarían el compuesto. La primera fue lady Louise, una de las nietas de la reina, y el hijo de Harry y Meghan Markle, también lleva este apellido: Archie Harrison Mountbatten-Windsor.
