La filosofía alemana es grande y ambiciosa. A veces construye edificios llenos de conceptos, con cientos de páginas, divididas en tomos, y luego en capítulos, más otras subdivisiones y demás explicaciones sumarias. Sin embargo, es unívoca, es precisa: es una filosofía sin lagunas. Es difícil, pero no imposible de entender (al contrario de aquella francesa, que a veces no termina de explicarse).
Por eso no sorprende que "Dark", una serie filosófica y entretenida en igual medida, venga de ese país. Es igual de ardua y entreverada. Pero es perfecta en su desarrollo; milimétrica en su mecanismo de relojería que alterna pasado y presente en múltiples capas de personajes y acciones. Es ambiciosa, mucho, y la segunda temporada -estrenada el 21 de junio- lo demostró.
Según los productores, "Dark" fue planeada desde su comienzo como una historia que se iba a desarrollar en tres temporadas. La segunda viene a ser el medio camino. Y así confirma que, cuando hay una visión integral del producto, no importa cuántas temporadas nos prometan: las veremos porque es una historia coherente.
Así, esta entrega comienza justo en el momento que quedó la anterior [spoiler]. El Jonas Kahnwald adolescente viaja al futuro y se entera de que hubo un apocalipsis que acabó con casi toda la humanidad. Su propósito será impedirlo, a lo largo de los 8 episodios.
Viajará al pasado y al futuro, se encontrará consigo mismo en distintas edades de su vida, a la par que intentará entender de qué se trata la "secta" Sic Mundus Creatus Est (Así fue creado el mundo).
La segunda temporada amplía (vuelve aun más complejo, en realidad) lo que veníamos viendo en la primera temporada, y es un auspicioso preámbulo de lo que será la tercera y última, el año que viene.
No importa cuánto latín haya en la serie, ni que esté hablada en una lengua inaccesible y dura para el gran público. Su excelente planteo, mezcla de ciencia ficción y terror sobrenatural que nos remite a la firma de cineastas como David Cronenberg, por ejemplo, vence cualquier barrera idiomática. De hecho, el alemán tiene atmósfera, y ayuda a convertir a "Dark" en una fábula enigmática y hasta críptica, donde el terror no se da por una carnicería y monstruos obscenos, sino por tópicos que vienen justamente de la mejor tradición literaria alemana.
Nos referimos a las paradojas tiempo-espacio, a la melancolía, a las pesadillas, a los doppelgänger (doble fantasmagórico), etc. Y en los diálogos hay implícitas discusiones que la filosofía alemana trató a través de siglos, como la libertad, el panteísmo y el eterno retorno. "Dark" apela a aquello que Freud definía como "lo siniestro": una categoría del terror en la que lo extraño se nos presenta como conocido y lo conocido se vuelve extraño. Los personajes, en sus aventuras a través del tiempo, se llenan de traumas. A menudo todos se ven motivados por una misma cosa, que es encontrar la respuesta de lo que está pasando.
Hasta ahora, "Dark" viene ampliando deliberadamente los límites de su intrincada historia, cruzando caminos, planteando paradojas, abriendo conflictos, sumando tensiones y llevando a los espectadores a los límites de sus neuronas. Habrá que esperar hasta el año que viene para saber cómo terminará todo esto. Y ese es el gran peligro de "Dark": resolverse en un rompecabezas al que le terminen faltando piezas.