Es probable que entre los recuerdos lectores de la vida escolar, de tiempos no tan cercanos, “Platero y yo” traiga el eco de un trotecillo a la memoria. Se trata de una obra altamente poética que alienta la reflexión, libera la posibilidad de reconocer la naturaleza en el escenario del diario vivir despilfarrando estímulos de ternura, de cercanía al lugar donde la amistad fluye en la simplicidad absorbida de humanismo.
Reciente visité Moguer, pueblito de Huelva en Andalucía. Pude con mi mirada jugar con el deseo y en mis pisadas escuchar el silencio ante la solemne circunstancia de estar en la casa primera que vivió Juan Ramón Jiménez, donde escribió esta obra traducida a todos los idiomas.
La amalgama con la poesía se hace piel en el espacio y las enredaderas de la casa, en las esculturas del burrito, paredes altas y sonoras, en la sensibilidad de una apretada estantería de libros, biblioteca atesorada de lecturas.
La Casa Museo de Zenobia y Juan Ramón Jiménez nos deja al desnudo la posibilidad sensorial, destilada a pesar del tiempo, más que centenario y una transparencia de lo bello que nos moviliza atemporalmente. Un lugar para la quietud que nos insta a mirar y mirarnos ante un entorno y un decir social.
Al habitar los pasajes de la casa llegar al lugar que impulsó su obra, escrita no sólo para niños, sino para todo aquel que quiera leerla. Encontrarme ahí, el imaginario me dejó visualizar a los niños del mundo en ronda tomados de la mano como sosteniendo distancias y colores de piel.
En ese espacio que respira las páginas de la obra por haber sido el que albergó el pensamiento e imaginación del escritor a escribir las andanzas pueblerinas del amo y su inseparable burrito de plata y luna al mismo tiempo, conlleva a un compromiso, a un quehacer lector- educativo, inspirado en el humanismo que tiñe cada una de las estampas de la obra.
El lugar habitacional, ataviado de arte es tan silencioso como sonoro, al ingreso la presencia esculpida de Zenobia en la recepción reviven la obra en el visitante.
Mucho para compartir, mientras dejo esta brevedad tan sublime como real... volver a Platero es reencontrar otras miradas de la naturaleza y del decir y hacer ante los demás, una forma de amar, de admirar, de incluir y vivir.
El legado está en el Museo, pero lo que se adhiere a la piel recorre el mundo.
Raquel Aznar - Poeta - Escritora - Luján de Cuyo