El oficio de los tripulantes de cabina o auxiliares de a bordo, que trabajan en las compañías aéreas, exige entrenamiento y mucha paciencia. Siempre que aborda un vuelo comercial, el viajero mira con atención ese intercambio social que une a pasajeros y tripulantes de cabina de pasajeros (también llamados auxiliares de vuelo o azafatas). Pronto queda en claro que las azafatas aprecian los buenos modales y el cumplimiento de las normas de seguridad. Por caso, abrocharse los cinturones y no obstaculizar los pasillos. También es evidente que -cuando deben poner orden en una disputa entre pasajeros- no les gusta ser vistas como maestras de jardín de infantes. Y si vemos a algún auxiliar corriendo por el pasillo con un desfibrilador cardíaco, es obvio que no es un buen momento para pedirle una gaseosa o comida.
Las estadísticas de la International Air Transport Association (IATA) señalan que 265 aerolíneas de 117 países se reparten más del 80 por ciento del tráfico mundial. Y sólo en Estados Unidos trabajan más de 50 mil tripulantes de cabina en las 18 aerolíneas más importantes, según datos del gremio, la Association of Flight Attendants.
El oficio parece encantador, dado que vuelan habitualmente a sitios lejanos y en vacaciones tienen descuentos en las tarifas aéreas. Por eso, su tarea inspiró tantos relatos. Quizá recuerde a la actriz Ingrid Rubio en "Todas las azafatas van al cielo", en la película del director argentino Daniel Burman. También vuelve a la época de los primeros vuelos en jet, cuando ve la serie de televisión estadounidense "Pan Am", inspirada en esa famosa aerolínea en la década del 60. Los memoriosos recordarán "Boeing Boeing", una comedia francesa de Mar Camoletti con azafatas atractivas y enredos sentimentales, donde la velocidad de los jets provoca risueños equívocos.
Sin embargo, la realidad del oficio es compleja porque las aerolíneas operan a toda hora y durante todo el año. Así, los auxiliares de vuelo trabajan también de noche y durante los fines de semana. Usualmente pueden volar hasta doce horas por día y a veces más, si se trata de vuelos internacionales largos. Deben estar mucho tiempo de pie, servir comidas, brindar primeros auxilios si fuera necesario, mostrarse amables y eficientes ante emergencias y disimular el cansancio. Al menos una hora antes del despegue, las azafatas y sus jefes se reúnen con el piloto para coordinar temas clave: procedimientos de evacuación, duración del vuelo, meteorología y requerimientos especiales de los pasajeros.
En los años brillantes de Pan Am -que nació en 1930 y quebró en 1991-, la empresa establecía que una azafata debía tener una altura mínima de 1,60 metro, pesar no más de 59 kilos y debía retirarse a los 32 años. Al menos hasta la década del 70 perdía su empleo si se casaba o tenía hijos.
Con el tiempo, estas normas se flexibilizaron. Mucho hombres se sumaron a esta profesión. Hoy el acento está puesto en la seguridad del vuelo. Pueden seguir trabajando mientras conserven su salud y aprueben los cursos anuales de entrenamiento.
Normalmente, los auxiliares de a bordo deben estar dispuestas a mudarse de domicilio con rapidez. Algunos pueden elegir vivir en un solo sitio y viajar cotidianamente hacia el aeropuerto, su base de operaciones.
Los historiadores de la aviación afirman que la primera azafata fue Ellen Church, quien en 1930 voló en un avión trimotor Boeing de Oakland a Chicago, EEUU. Era enfermera diplomada, soltera, de 26 años. Su tarea fue atender a los pasajeros que podían asustarse o marearse durante el vuelo. Church fue tan eficaz que en 1940 su oficio se impuso en todo el mundo.