Desde el impacto del cambio climático y la escasez hídrica hasta la transformación productiva impulsada por la mecanización y el avance tecnológico, Claudio Galmarini, quien asumió esta semana un segundo período como director regional del INTA Mendoza - San Juan, ofrece un análisis profundo de las tendencias que están reconfigurando el sector. Además, destaca la importancia de reducir la brecha productiva entre grandes y pequeños productores, así como la necesidad de adaptarse a las nuevas exigencias de sostenibilidad que impone el contexto global.
-En este segundo período de gestión, ¿cuáles son sus prioridades? ¿Qué desafíos quedaron pendientes de su primera etapa y cuáles son los nuevos objetivos a alcanzar?
-La gestión tiene una duración de cuatro años. En la anterior tuvimos que asumir en el 2019, justo cuando salíamos de la pandemia, lo que nos obligó a reinventarnos. Muchas de las cosas que queríamos hacer en ese momento siguen vigentes hoy. Te resumo los principales ejes en los que estamos trabajando ahora.
En primer lugar, el cambio climático, especialmente el manejo del recurso hídrico, es prioritario. Las perspectivas para los próximos años no son alentadoras. Aunque estos últimos dos años tuvimos buena precipitación en la Cordillera, los pronósticos indican que en las próximas décadas predominará la sequía. El uso eficiente del agua, especialmente en la agricultura, sigue siendo una prioridad. Debemos abordarlo en conjunto con quienes gestionan el agua, junto a otros institutos de investigación. En Mendoza, por ejemplo, la discusión sobre el nuevo Código de Aguas es crucial, ya que afecta tanto a la agroindustria como a todos los que vivimos en la región.
Otro eje importante es la promoción de energías alternativas, sobre todo la solar. Esto es especialmente relevante para el campo, donde el uso de paneles solares puede reducir costos, especialmente para aquellos productores que dependen del bombeo de agua subterránea.
-La falta de mano de obra en el campo es un tema que se agudiza cada temporada...
-La productividad de la mano de obra también es un tema clave. Los cultivos intensivos requieren más personal, pero a veces es difícil encontrar mano de obra disponible. Esto nos ha llevado a impulsar la mecanización, que ha ido avanzando en nuestra estructura productiva. Si analizamos los últimos censos, podemos ver que, en Mendoza y la región, el número de explotaciones agropecuarias ha disminuido, especialmente las pequeñas. Sin embargo, ha habido un aumento en las explotaciones de más de 50 hectáreas en San Juan y más de 100 hectáreas en Mendoza. Además, se ha reducido la superficie dedicada a la horticultura y fruticultura, con excepción de los frutos secos, un sector en crecimiento.
Otro tema importante es la promoción del arraigo rural. Estamos trabajando para capacitar a la gente en el campo y que se queden en sus territorios. Un ejemplo concreto es el curso de operarios de maquinaria agrícola que lanzamos hace tres años en conjunto con la universidad, la Dirección General de Escuelas y el municipio de Luján. El primer año superamos el cupo que habíamos fijado para jóvenes de hasta 28 años, y hoy muchos de esos chicos ya tienen trabajo, algunos incluso en las mismas empresas de tractores.
-Otro de los objetivos que mencionaba y que siempre están presentes en el INTA es la reducción de la brecha productiva. ¿Cómo se vincula ese trabajo con la sostenibilidad?
- En el INTA buscamos reducir la brecha entre los productores más eficientes, que obtienen buenos rendimientos, y aquellos que tienen menores resultados. El objetivo es acortar esa brecha para que la mayor eficiencia y productividad se traduzca en mejores ingresos económicos para todos los productores. Y esto lo hacemos sin olvidar la sostenibilidad, que es un aspecto fundamental. El mundo avanza hacia un enfoque de sostenibilidad no solo económica, sino también social y, sobre todo, ambiental.
En ese sentido, estamos trabajando en temas como la huella de carbono, la huella hídrica, la economía circular, la agricultura regenerativa y el uso de aguas grises, todo lo cual forma parte de los proyectos vigentes en la institución. La idea es producir de manera más eficiente y sostenible, con un enfoque integral que incluya estas prácticas para generar un impacto positivo en el medio ambiente.
-Hablando del agua, en Mendoza se ha discutido bastante sobre el Código de Aguas, pero parece que la situación está algo frenada. Los productores han manifestado algunas quejas. ¿Cree que se va a poder avanzar en una legislación más actualizada o seguirá empantanada la discusión?
- La ley de aguas que tenemos es de 1884, por lo que claramente necesita ser actualizada. Hace poco tuvimos una reunión con el superintendente de Irrigación y nuestro consejo regional, donde presentamos algunos aportes al nuevo Código de Aguas desde el INTA. Creemos que la legislación debe cambiar, pero esto debe ir acompañado de un plan hídrico. La situación del agua en la región es muy crítica.
Si los pronósticos de los científicos se confirman, especialmente los estudios de CONICET que indican un aumento de temperaturas y una disminución de precipitaciones, en los próximos 10 años no solo la agricultura estará comprometida, sino toda la región del oeste argentino. Por eso, es fundamental tener un plan hídrico que nos permita saber cómo reservar agua en los años buenos, cómo hacer más eficiente el riego en los campos y el uso del agua en los hogares.
Esto no es solo responsabilidad del INTA, es algo que concierne a toda la sociedad y, sobre todo, a quienes gestionan el agua. Sin embargo, desde el INTA tenemos un papel importante en mejorar la eficiencia del riego en los cultivos. Investigamos cómo utilizar mejor el agua, desarrollamos variedades que requieren menos riego y estudiamos los momentos críticos en los que no puede faltar el agua en el cultivo. Todo esto gira en torno a mejorar la gestión del agua en nuestra agricultura.
-¿Qué ha pasado con la superficie cultivada en estos últimos años?
-Cuando analizamos los censos agropecuarios, vemos que ha disminuido el número de unidades de menor superficie, tanto en Mendoza como en San Juan. El único segmento que ha crecido son las explotaciones con más de 50 hectáreas en San Juan y más de 100 hectáreas en Mendoza.
-¿A qué se debe esta disminución de los pequeños productores?
-Se debe a varios factores. Uno de ellos es el contexto macroeconómico, que afecta la rentabilidad de los pequeños productores, aquellos con menos de 5 o 10 hectáreas. Muchos no pueden actualizar su maquinaria ni realizar las inversiones necesarias. Además, el avance urbano también ha influido, especialmente en las zonas cercanas a los centros urbanos. Muchas propiedades en Luján o Luján de Cuyo, por ejemplo, han sido vendidas para loteos y han dejado de ser utilizadas para la producción agrícola.
Por otro lado, hemos visto un crecimiento en superficies dedicadas a cultivos como olivos y pistachos, especialmente en San Juan y el Valle del Tulum, impulsadas por grandes inversiones. Además, la mecanización de ciertos cultivos, como el ajo y la zanahoria, ha avanzado significativamente en la última década, lo que también exige superficies más grandes para que sea rentable.
-¿Cree que es posible que los pequeños productores puedan adaptarse a esta tendencia?
-Para los productores más pequeños, hay avances tecnológicos importantes, como aquellos que invierten en cultivos de tomate fresco bajo tela antigranizo y con riego por goteo. Aunque el sector agrícola ha enfrentado dificultades económicas en los últimos años, los pequeños productores con alta inversión pueden tener una perspectiva más alentadora. Pero sí, es un desafío importante.
-Ha hablado de muchos cultivos, pero no ha mencionado la vitivinicultura. ¿Cree que en Mendoza se está empezando a ver un interés por otros cultivos, y que la vitivinicultura ha alcanzado su techo?
-En Mendoza y San Juan tenemos cerca de 190.000 hectáreas de viñedos, pero la superficie dedicada a la vitivinicultura ha ido disminuyendo, aunque en algunas zonas, como el Valle de Uco, ha crecido. En otras regiones, la superficie vitícola ha bajado.
Trabajamos mucho en vitivinicultura, en colaboración con otras instituciones como la COVIAR. Formamos parte del directorio de la COVIAR y colaboramos en la actualización del Plan Estratégico Vitivinícola 2030. Actualmente, estamos revisando ese plan para adaptarlo al nuevo contexto global. La vitivinicultura mundial enfrenta un escenario complicado. El consumo de bebidas alcohólicas, incluido el vino, está disminuyendo, y hay un cambio en las preferencias: los vinos blancos están ganando terreno frente a los tintos, mientras que gran parte de nuestras variedades plantadas son tintas. Además, las exigencias en sostenibilidad y la forma de producir están aumentando, lo que plantea nuevos desafíos para el sector.
A nivel local, el consumo interno también ha caído, lo que agrava la situación. Sin embargo, vemos alternativas en la exportación y en actividades como el enoturismo, que ha crecido mucho y representa una salida tanto para grandes como pequeños productores.