Mucho se viene hablando en las últimas semanas de si hay que devaluar o no y las implicancias que ello tendría para nuestra economía. Ahora bien, primero definamos qué es “devaluar”. La devaluación es la pérdida de valor de una moneda respecto de otra.
En base a esto hay que analizar el impacto que tendría en nuestra economía nacional y en la regional, el hecho de “devaluar por devaluar”, “devaluar a las apuradas” o “devaluar de prepo”.
Sabemos que una devaluación impuesta por el mercado, como ocurrió, sin ir más lejos, en julio de 2018 y en agosto de 2019, genera consecuencias muy negativas para la economía en general y para las expectativas, principalmente.
En los dos casos mencionados dichas devaluaciones dispararon la inflación argentina a valores anualizados por arriba del 50%, incluso dejando un arrastre estadístico muy fuerte para este año.
Siempre en política económica se tienen que seleccionar los instrumentos que sean más eficientes y equitativos para lograr el objetivo deseado y, principalmente, el resultado esperado. Hoy está más que claro que la devaluación, lisa y llana, no sería eficiente ni mucho menos equitativa.
Las devaluaciones, sin políticas de acompañamiento, siempre generan efectos tanto negativos como positivos.
Dentro de los efectos positivos tenemos una mejora en la balanza de pagos pero, por el otro, genera aumentos en los precios domésticos (inflación), redistribución de ingresos de las clases sociales bajas a las clases sociales más altas y, por si esto fuera poco, genera también un efecto pobreza importante o efecto riqueza negativo.
Por otro lado, si observamos el tipo de cambio real bilateral con Estados Unidos y con China, por ejemplo, viene subiendo y esto muestra una mejora en la posición de nuestro país en esos mercados en relación con sus competidores.
Incluso otro indicador similar a analizar es el tipo de cambio real multilateral (TCRM) que mide los precios y los tipos de cambio nominales bilaterales con los trece países con los cuales la Argentina mantiene los mayores flujos de comercio y es elaborado por el Banco Central de la República Argentina (BCRA) que muestra que se encuentra exactamente en el promedio histórico desde 1997 hasta la fecha.
Para nuestra economía regional una devaluación, si bien mejora la competitividad, empeoraría hoy en mayor medida por otro lado el peso de insumos importados, los costos de logística, uso de combustibles, acceso a la tecnología, acceso a bienes de capital, etc.
Además, la leve mejora en la competitividad es relativa en un mundo que, producto de la pandemia, cambió considerablemente el comercio internacional y hasta se volvió mucho más proteccionista en muchos países, hasta con fronteras comerciales cerradas.
En este contexto hay que analizar en qué situación se encuentra la matriz productiva de Mendoza y cómo se puede potenciar.
Veamos: Mendoza es una provincia intensiva en servicios, es decir, que el mayor porcentaje del PBG se encuentra en el sector terciario, está especializada; en los sectores de: Comercio, Petróleo y Agroindustria.
El sector terciario de Mendoza representa el 59% del PBG (según la Dirección de Estadísticas e Investigaciones Económicas y UNCuyo) y es menor que el nacional que es del 69% (INDEC), Comercio, Restaurantes y Hoteles constituyen el 24,5%, un 8% más que el de la Argentina.
Haciendo un corte transversal podemos decir que Comercio, Restaurantes y Hoteles representan el 24,5%; el Petróleo en su totalidad un 20% y la agroindustria, un 11%. Esto confirma que existe una trilogía de especialización.
Hace años que se viene hablando de mejorar la matriz productiva de Mendoza y para ello hay que indefectiblemente diversificarla e integrarla mucho más, aprovechando las particulares potencialidades, capacidades y expectativas de cada una de las regiones al interior de la provincia.
Generar un modelo de desarrollo económico provincial en coordinación con la nación y los municipios, incluyendo una visión de mediano y largo plazo. Por esto, más que promoción económica o acciones proactivas, hay que generar transformaciones reactivas. Otorgar mayor participación a los diversos eslabones que componen las cadenas de valor, con una tendencia al mayor peso del segmento comercial.
Como tenemos una matriz energética escasamente diversificada, fuertemente dependiente de los hidrocarburos, resulta hoy inadecuada en función de los escenarios energéticos emergentes. La oferta energética, desigualmente distribuida, contribuye a consolidar inequidades sectoriales y territoriales; la demanda se ve elevada por la escasa preocupación por la eficiencia y el ahorro.
Además, tenemos que mejorar fuertemente el grado de desarrollo tecnológico, la necesidad de ajuste en la formación de recursos humanos y mano de obra calificada en función de los nuevos productos demandados por los mercados y de las necesidades de un modelo económico que propicie la integración social.
A pesar de los esfuerzos realizados por nuestra provincia para direccionar la inversión pública en un sentido integrador, la ausencia de visión estratégica y las necesidades coyunturales, tienden a reproducir una dinámica no proactiva al cambio en lo económico y en lo territorial. Ello resultaría esencial para el logro de objetivos productivos y de prestación de servicios: infraestructuras viales y ferroviarias, riego y agua potable, energía, entre otras.
Por último y entrando ya en el último trimestre del año, cabe analizar “lo que viene” en materia económica y es por ello que, en un contexto de abrupta caída en la dinámica de la actividad económica de nuestro país, propiciada por un shock totalmente diferente a los que habían producido las más recientes crisis económicas, se puede apreciar que la economía se encuentra en una fase de normalización y eventual recuperación no exenta de riesgos que se pueden exacerbar por la propia dinámica de la pandemia del Coronavirus.
En este marco, los números ya muestran signos de recuperación económica para el último trimestre de 2020, considerando una relativa mejora, por cierto, dejando un favorable efecto rebote de la economía para el próximo año, el cual será de crecimiento tenue y asimétrico a escala global.
Para Argentina, 2021 luce prometedor teniendo en cuenta los pronósticos de organismos internacionales como el Banco Mundial o incluso el propio Fondo Monetario Internacional que hablan de un rebote en la economía argentina del orden del 5% del Producto Bruto Interno (PBI) en promedio.