Entre tantos males que aquejan a la Argentina, uno de ellos es la falta de un sistema financiero capaz de funcionar como motor del crecimiento de las empresas locales. Lamentablemente, el sistema crediticio no es ajeno al proceso de decadencia de la economía de nuestro país que, entre otras cosas, genera que el sistema financiero se haya achicado. Las crisis sistemáticas y la falta de un plan económico claro –aplicable a mediano y largo plazo- impactan en el sector financiero, en su performance y en su poder de fuego.
El sistema financiero argentino es chico, muy chico. Si se analiza el ranking de países de la región, Argentina ocupa el último puesto del ratio crédito/PBI; en otras palabras, es la economía con menos financiamiento de América Latina. Su índice, previo a la pandemia, era del 15,6% superado ampliamente por economías más grandes como la de Brasil (47,7%), México (35,6%) o Chile, el más destacado con el 90,3%. Incluso los países centroamericanos, con economías de menor porte, han desarrollado con mayor profundidad sus sistemas financieros, como ejemplo Honduras (56%), Costa Rica (51,9%) y El Salvador (46,9%). Los datos surgen del Reporte de Inclusión Financiera elaborado por la Federación Latinoamericana de Bancos (Felaban), que nuclea a más de 600 entidades del continente.
El coeficiente crédito/PBI permite medir el tamaño del sector financiero de un país en relación con el volumen total de su economía. Este indicador se ha mantenido relativamente estable durante los últimos cuatro años, evidenciando la capacidad y la disposición del sector bancario para financiar las actividades productivas, aún en medio de un entorno económico con altos niveles de incertidumbre.
Empezamos desde cero
¿Cuál es la base del problema? Básicamente la falta de materia prima: los pesos que no están en los bancos no llegan como préstamos al público. En Argentina se dolarizan activos fuera del sistema financiero, ya sea a través de cajas de seguridad o de giros al exterior. Las crisis y la debilidad del peso generaron un alto grado de dolarización superior al de cualquier otro país en el continente. Con la convertibilidad, nuestra relación crédito/PBI estaba más cerca de la media regional, pero el default y la no devolución de los depósitos nos hicieron empezar desde cero luego de 2001.
Otro factor negativo que aleja a los ahorristas es la tasa de interés por debajo de la inflación. Un mayor tamaño del sector bancario respecto del tamaño de la economía, incide positivamente en el crecimiento de los países. Si el ahorro se vuelca al sistema financiero, éste genera un apalancamiento de la actividad económica. A medida que aumenta la oferta de dinero, el sistema es más competitivo y provee de mejores oportunidades de inversión al conjunto de la actividad privada.
Una extraña costumbre
¿Cuál es la razón por la que tenemos una estructura financiera tan débil? En primer lugar, por un gasto público sistemático que va más allá de la capacidad de generación de riqueza del país. En este caso, la discusión no pasa por saber si el Estado es grande o no, sino por la capacidad del sector privado para generar la riqueza suficiente para afrontarlo o no. Claramente, en nuestro país el sector privado no está en condiciones de financiar o soportar este tamaño de Estado.
El gasto público implica que en el ciclo económico se incurre habitualmente en dos alternativas -no excluyentes- con origen en la política monetaria. Por un lado la emisión, cuando va más allá de lo que la economía demanda para funcionar, genera sobrestock y, por ende, pérdida de valor (Inflación). Por el otro lado deuda. La misma implica obligaciones en moneda local y moneda extranjera. Si los recursos para afrontar los servicios son insuficientes, la deuda emitida en moneda local se licúa con la emisión. Si es extranjera, se cesa en los pagos.
Otro factor de problemas para el sistema financiero es el instrumento base para la “política monetaria”. El sistema financiero es la herramienta de ejecución de la política monetaria y esto en un sistema chico tiene severas consecuencias. Si el sistema financiero representa el 15% del PBI (en el mejor de los casos), cuando se decide aplicar políticas de estabilización, su capacidad de fuego está asociada a su tamaño cuando se ajustan variables como tasa, tipo de cambio, etc. El efecto directo es sobre el 15% de la economía. Ergo, el impacto es muy bajo.
La consecuencia es que para que estas medidas tengan algo de impacto, su magnitud debe ser mucho más elevada que en países con sistemas con mayor tamaño de financiamiento. Un ejemplo sencillo: si en Argentina se mueve la tasa un punto, el efecto es prácticamente 6,5 veces menos efectivo que en un país como Chile. Por lo que si se utiliza la política monetaria, en Argentina las variaciones son mucho más severas -entre otras cosas- por la baja fortaleza de su herramienta de ejecución (el sistema financiero).
Otro factor, no menor, es el sistema tributario argentino. Como tantas otras cosas muy argentinas, “la avenida más ancha del mundo”, “el río más ancho del mundo” o “las cataratas con mayor caudal de agua del mundo”, también tenemos el orgullo de tener “el sistema impositivo más gravoso del mundo” (A), por lo menos respecto de países comparables. Tener un sistema impositivo de estas características no implica sólo la “técnica” de crear impuestos sino las “herramientas” para recaudar. En este caso, los bancos son de los principales agentes de recaudación y retención con los que cuenta el Estado (B). No hay nada más sencillo que pescar en la pecera.
El problema es que si uno combina a (A+B), el resultado es un fuerte incentivo para que la actividad privada haga negocios por fuera del sistema financiero formal. Los salarios en negro son pesos fuera del sistema financiero; las ventas en negro son pesos fuera del sistema financiero; toda actividad en negro -por razones obvias-, donde el banco oficia de sabueso de la AFIP y DGR provinciales, se mantienen ajenas al sistema formal. ¿Cuánto tenemos que desarrollar para volver al camino del crecimiento?
*El autor es economista, empresario, presidente del CEM.