De tanto en tanto, aparece un brote de una nueva peste como es el caso del SARS, en 2002/03, la gripe aviar en 2005, la gripe porcina 2009/10 y el ébola en 2014. Cada vez estos flagelos se esparcen más rápidamente por el mundo.
Hoy, nos toca la pandemia del coronavirus. La agilidad de su expansión geográfica nos despertó de la siesta de la soberbia. Y así nos dimos cuenta de cuán frágil es nuestro sistema de salud y qué escasez de políticas para afrontar problemas, como éste, tiene la civilización.
Está claro que la actual aldea global es una unidad, donde lo que sucede en una parte termina pasando en el resto. El Covid 19 es un ejemplo de ello.
También lo es la forma en que los gobiernos han decidido encarar este problema. El paliativo ha sido, hasta ahora, en mayor o menor intensidad, el aumento de la emisión del dinero. Y, en esta política expansiva de dinero, EE.UU. no es, de ninguna manera una excepción. Todo lo contrario.
La inflación consecuente se aprecia en la suba los precios de todos los activos, en términos de dólares. En este contexto, grandes fondos de inversión están girando hacia el euro o el yuan. Así, el dólar se debilita, en un país donde la Reserva Federal imprime a todo galope, bajo un liderazgo populista, que no habrá de cambiar en caso de que gane el partido Demócrata. Por el contrario, se acentuaría.
Cuando el dólar se debilita, mejora el euro y otras monedas. Eso hace más fácil la compra de commodities, por parte de los países importadores, como los de nuestra producción, por lo tanto sus precios tienen un estímulo para aumentar. Algo bueno para nuestra alicaída economía…¿no?
Para incentivar el empleo y elevar el nivel de asistencia social, el déficit fiscal en casi todos los países ha crecido notablemente y, para ello, se ha recurrido a una mayor creación de dinero, con la consecuente inflación que acarrea.
Porque no olvidemos que la definición de inflación tiene dos caras. Una es la del aumento generalizado de los precios y otra, la de baja del valor de la moneda.
Antes de la irrupción de la pandemia en EE.UU., se estimaba que el déficit fiscal anual de este país llegaría a una cifra aproximada de 1 billón de dólares. Ahora, la proyección nos habla de cerca 3,5 billones de dólares.
La aldea global, así las cosas, hoy es de alta liquidez. Porque, de una forma u otra, los países se han embarcado en una nave de elevada emisión de dinero. Por lo tanto, se experimenta una pérdida de valor de las monedas.
Sin embargo, esta pérdida de valor puede no ser muy visible en algunas. Es el caso del dólar.
Como el dólar es una moneda de alta confiabilidad, a diferencia de las monedas de los países emergentes, la mayor emisión no impacta tan duramente en los precios de los bienes de consumo. Porque es una divisa utilizada como reserva de valor.
Sin embargo, hay activos cuyos precios crecen a consecuencia de la mayor creación de dinero. Se nota ello, en el precio del oro. Y, también, en el del petróleo, las obras de arte y obviamente en los commodities, algo beneficioso para nuestra economía.
Como existe una alta expectativa sobre la posibilidad de que, finalmente, el demócrata Joe Biden resulte ser el nuevo presidente, los agentes económicos toman como escenario muy factible un aumento aún mayor de los precios.
Con este cuadro, lógico sería aguardar una nueva suba en los precios de los commodities, corazón de nuestras exportaciones. En este aspecto, –ciertamente parcial- el panorama trae aguas de optimismo.
* Economista y profesor de la UCEMA