Esta semana enfrentamos un nuevo y temible índice: 3,9% de inflación en la Nación y 3,2% en la provincia.
A medio 2021, un año electoral, nos encontramos con ya el 25,3% de inflación acumulada en el año, alcanzando prácticamente el nivel de inflación proyectado en el Presupuesto anual, (29%)y superando el 50% considerando la variación de los últimos 12 meses.
Bien se dice que la inflación es, sin ninguna duda, la peor de las pandemias en el ámbito de la Economía, ya que la del Covid, si bien y muy lamentablemente ya ha matado a más de cien mil argentinos (cifra por de más espantosa), la primera ha expulsado a un número muy superior que 20 millones de personas, a la pobreza y la indigencia.
Nuestro peor e histórico problema deja a personas sin poder consumir los elementos indispensables para su subsistencia, sin poder acceder a servicios básicos y con familias angustiadas por no poder enfrentar su vida mientras los precios crecen incesantemente.
Por otro lado, los empresarios se ven imposibilitados de volver a adquirir mercaderías o insumos para su producción, exigidos a aumentar el sueldo de su personal periódicamente, vedados de la posibilidad de proyectar algo a futuro y percibiendo cómo el poder adquisitivo propio y de sus clientes, cae irremediablemente.
Con la mayor parte de las variables económicas en serios problemas, el Gobierno, interesado fundamentalmente en no verse debilitado ante las próximas elecciones legislativas, emplea medidas comprobadamente ineficientes y demagógicas: como el control de precios y congelamiento insostenible de tarifas, medidas cambiarias de anclar el tipo de cambio en forma artificial y que generan una burbuja que en algún momento se debe sincerar, por sólo nombrar alguna. Si aún después de todo esto, los índices continúan dramáticamente tan elevados ¿qué nos espera para después de las elecciones?
Al mismo ritmo que la lenta vacunación y con una política para nada clara, la autoridad económica pretende mantener encorsetadas todas las variables que contienen precariamente la “explosión’ a la que parecemos estar condenados.
Sabemos que la inflación tiene como origen principal la desconfianza en el Gobierno, sumada a los factores que la alimentan como la emisión monetaria, la demanda superior a la producción, excesivo gasto público-político, las paritarias que acuerdan aumentos salariales y que empujan el costo laboral a las nubes, por nombrar sólo algunas de sus causas. En ese círculo vicioso, casi infinito nos encontramos.
La falta de una política de Estado que la controle, nos vive sometiendo a que cada elección, sea una nueva apuesta a lo que nunca sucede: que es que tanto el Poder Ejecutivo como el Legislativo, tomen decisiones responsables y eficaces, que favorezcan a la ciudadanía.
El bono a los jubilados, recientemente anunciado, pone en evidencia que la fórmula calculada en base a la recaudación y el índice de movilidad salarial, no ha logrado mantener el poder adquisitivo de un sector muy sensible de nuestra sociedad. Ésta fue una situación advertida de antemano por diversos sectores, cuando se estableció esta modalidad de ajuste de las jubilaciones y pensiones, y los hechos hoy corroboran estos reclamos.
Mientras no nos ocupemos, como país, de las cosas verdaderamente importantes y de fondo, sin depender de los vaivenes político-electorales, no podremos cambiar nuestro destino. Una población constantemente empobrecida no es “negocio” para nadie.