Siempre podemos estar peor. Argentina ha crecido, después de la dictadura, algo más del 30%. Chile por citar un ejemplo, el 200%. Desde hace diez años continuamos con la misma cantidad de empleo formal: más de seis millones. Estas cifras hablan a las claras, lo poco que hemos hecho por nosotros mismos.
Lo que podemos deducir es que los gobiernos que se han sucedido, todos, no han hecho nada por reformar nuestra estructura económica. Lamentablemente.
La crisis de la pandemia y la pospandemia sin duda vinieron a desnudar muchas de las falencias que sufrimos y hoy que el mundo está sufriendo inflación y falta de energía, Argentina se encuentra sumida en una de las crisis más profundas de las últimas décadas: más del 50% de nuestra población y nuestros jóvenes y niños son pobres, sufrimos una inflación realmente altísima con pronósticos que alertan que va a superar largamente el 50% anual y con peleas políticas internas del frente que conforman el gobierno que no solo son lamentables, de por sí, sino que en el momento en el que vivimos son realmente obscenas.
En un contexto que ciertamente excede la síntesis realizada, en donde todos luchamos para llegar a fin de mes. Las pymes que se dedican al comercio, a la producción industrial o a los servicios, están a diario buscando la manera de no desaparecer.
Panorama delicado
Mucho hemos hablado desde UCIM del padecimiento que significó la parálisis de las actividades durante 2020 y todas las empresas que tuvieron que cerrar sus puertas por no poder soportar la situación, pero muchas, sin dudas muchas más, han debido achicarse o desaparecer dada la lenta recuperación de la economía que, en la mayoría de los casos, no llegó.
La inmensa presión impositiva, la prohibitivo de acceder a créditos con tasas leoninas, junto al permanente incremento de insumos, servicios, sueldos debido a las paritarias que intentan mantener el poder adquisitivo de los trabajadores, son un cóctel insostenible para cualquiera que quiera ejercer cualquier tipo de iniciativa. No se puede.
No sabemos cuánto vamos a poder vender o dar servicios, pero sobre todo no podemos proyectarnos, no podemos realizar el cálculo más mínimo de sobre cuánto vamos a poder comprar y mucho menos a cuanto vamos a poder vender en un escenario en donde realmente, ya no sabemos cuál es el verdadero precio de las cosas.
Muchos no pueden mantener o reponer su stock porque realmente no hay provisión de productos y muchos otros, deciden no vender porque no saben si podrán reponer. Otro gran número de empresarios pyme, ya fueron expulsados a la informalidad en la difícil encrucijada de tomar esa decisión o dejar a sus familias sin fuente de sustento.
El crecimiento de la informalidad en nuestro país no es llamativo si se entiende que es eso o el cierre. Se presenta como el único camino para seguir en actividad y esto trae, directamente perjuicio al estado que va a recaudar cada vez menos.
No nos cansamos de pedirle a las autoridades un plan económico que permita salir de esta incertidumbre y desesperanza. Solo han logrado acordar con el FMI sobre un plan que ya no se está alcanzando.
Necesitamos reglas mínimas de juego y un cierto aliento a la actividad, para poder pensar que podemos vivir acá, en nuestra tierra. La desconfianza y faltas de expectativas no pueden ser los únicos sentimientos que imperen en estos momentos.
Muchos países de la región como Perú, Paraguay o Chile unificaron y bajaron los impuestos lo que, junto con un control estricto del cumplimiento fiscal, los llevó a ampliar la base contributiva, con los beneficios que eso trae en cuanto a aportes y empleo. Si esos países pudieron ¿por qué nosotros no?
Las elecciones están lejos y muchas de nuestras empresas, seguramente no van a llegar a ver el cambio de gobierno. La gente necesita trabajar y ganar su sustento y para eso necesita empleo y para eso está la empresa.
Queremos tener esperanza. Necesitamos alguna señal de la clase política y una política económica que nos saque del ahogo en el que nos encontramos.