Un mundo “bipolar”: entre las energías limpias y el gasto contaminante de las cripto

A pesar de su derrumbe, el bitcóin y el resto de las monedas virtuales siguen consumiendo grandes cantidades de electricidad. Mientras, el planeta sigue haciendo un esfuerzo enorme por generar energías amigables con el medioambiente.

Un mundo “bipolar”: entre las energías limpias y el gasto contaminante de las cripto
Parques de paneles solares y granjas de minado cripto: "polos" opuestos del mundo energético actual. (La Voz)

Dos imágenes muy tecnológicas, y que de lejos parecen similares, ilustran esta columna. Una es de un enorme parque de paneles solares. Y la otra, de una inmensa granja de minado de criptomonedas. La primera de ellas muestra cómo se genera energía eléctrica. La otra, cómo se la gasta.

Los paneles solares producen electricidad a través de un método limpio, para el bienestar de millones de personas, casi sin dejar huella de carbono. Los equipos de minado cripto, en cambio, consumen ingentes cantidades de energía para resolver problemas matemáticos que validan bloques de transacciones financieras.

Parece una paradoja: mientras por un lado el mundo se las ingenia para generar energía sin afectar el futuro del planeta, por el otro la “derrocha” en una actividad que, al menos por ahora, reporta muy pocos beneficios sociales. Un mundo “bipolar”, en todas las acepciones posibles de ese término.

En los últimos meses, las criptomonedas han pasado a ser noticia, no por el impacto ambiental que generan, sino por el derrumbe de su cotización. Bitcóin, la mayor de ellas, pasó de costar 67 mil dólares a fines del año pasado a menos de 21 mil en la actualidad. Lo mismo pasó con Ethereum, que cayó de casi cinco mil a mil dólares en el mismo lapso. Incluso, algunas desaparecieron, como Terra Luna.

Igual, sus procesos de minado siguen usando mucha energía. La red Bitcóin consume cada año 129 teravatios-hora (TWh) al año, cifra que representa el 0,6 por ciento del consumo energético mundial y equivale a toda la energía que demanda un país como Noruega. ¿Y todo para qué? Sólo para validar acertijos matemáticos que encripten bloques de transacciones financieras.

Los defensores de las criptomonedas dicen que una parte de la energía consumida en el minado son “saldos” de energía ya producida, que de otro modo se liberarían sin ninguna utilización, y que el sistema también está empujando a la producción de energías limpias. Asimismo, sobre la base de un relato casi “emancipador” de las finanzas globales, recuerdan que el sistema financiero formal también consume mucha energía, y que a los bancos nadie les dice nada.

Puede que en parte tengan razón, pero mientras las criptomonedas no sirvan para producir o generar algún beneficio social –hoy no se usan para mucho más que para acumular capital virtual y especular con ello–, la pregunta por su existencia y, sobre todo, por su alto costo energético encuentra respuestas mayoritariamente negativas. Y los países más perjudicados por esto son aquellos donde la energía es relativamente barata, como Argentina (vía subsidios).

Por otro lado, y por suerte, la generación de energías renovables (solar, eólica, mareomotriz, entre otras) también está en ascenso. Según el último informe del grupo Ember, especializado en el análisis de matrices energéticas a nivel global, en 2021, la generación eólica y solar alcanzó el 10 por ciento de la producción mundial de electricidad, y se duplicó en los últimos años.

Igualmente, en el repunte económico pospandemia, y ahora en medio de la guerra entre Rusia y Ucrania, muchos países están volviendo a echar mano al carbón como fuente de energía. Sólo en los últimos seis meses, el consumo de este insumo sumamente contaminante creció un nueve por ciento, tras años de retroceso.

Como sea, y volviendo a las imágenes de esta columna, no hay duda: nos quedamos con la primera fotografía. El planeta y nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, nos lo agradecerán de por vida.

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