En el panorama actual de la industria del vino, conceptos como el de responsabilidad social empresaria, triple impacto, comercio justo y huella de carbono están adquiriendo una mayor relevancia. Estos términos, que anteriormente podían parecer ajenos al mundo del vino, ahora son fundamentales en la conversación sobre la producción sostenible de vino y su vinculación con el comercio internacional.
Argentina, un país con tradición vitivinícola, en la última década profundizó prácticas más responsables y el incremento de las certificaciones de establecimientos y prácticas reflejan un cambio de paradigma. A partir de 2011, Bodegas de Argentina promueve la sustentabilidad dentro del sector, lo que ha permitido que más de 150 bodegas en todo el país obtengan certificaciones de sustentabilidad. Desde el mes de septiembre, entrará en vigencia una cuarta versión de su protocolo, haciendo hincapié en la gestión de los colaboradores.
Laura Abraham, Coordinadora de Sustentabilidad de Bodegas Argentinas, comentó que el programa “abarca una mirada más integral de la gestión sostenible de las empresas vitivinícolas”. Además de trabajar sobre los ejes de sostenibilidad ambiental, gobernanza e impacto social, “Se ha incorporado un capítulo referido a la gestión de los colaboradores con temas como inclusión, equidad y género, libertad de asociación, jornada laboral, acciones contra el trabajo infantil, combate activo a la discriminación y acoso, entre otros ítems”.
Producción responsable
Puertas afuera de la bodega, el avance hacia prácticas más sostenibles también fue impulsado por la creciente demanda de los consumidores. Una tendencia que no solo se ha consolidado en la industria local, sino que además es reconocida en el plano internacional. Cada país productor de vino cuenta con su propio protocolo o programa de sustentabilidad, lo que permite a las bodegas que lo cumplen exhibir un sello de certificación en sus productos.
En Argentina, las botellas pueden llevar la insignia de “Sustentabilidad Certificada”, un sello que es valorado en mercados globales, como los de Inglaterra y Australia. El Protocolo de Autoevaluación de Sustentabilidad Vitivinícola, “ya se ha certificado a 75 empresas. Estas certificaciones abarcan tanto a bodegas como fincas, y actualmente sumamos aproximadamente 268 sitios certificados”, explicó Abraham. Quien agregó que la evaluación “abarca todos los aspectos de la sustentabilidad, tanto los relacionados con el ambiente como sociales, así como la ética”.
El Protocolo de Autoevaluación de Sustentabilidad Vitivinícola, que es certificable y que fue desarrollado en 2011 con la colaboración de Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV), el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Cuyo, se implementa en más de seis mil hectáreas por una vasta geografía vitivinícola del país.
Procesos dinámicos
La sostenibilidad y el desarrollo sostenible deben entenderse como procesos dinámicos y adaptativos que buscan equilibrar continuamente las relaciones que existen entre los sistemas ecológicos, económicos y sociales dentro de un sistema. En esta evolución hay consideraciones éticas que son intrínsecas a la esencia misma de la sustentabilidad, la industria vitivinícola observa también el impacto de la producción en las comunidades donde se tiene influencia directa o indirecta.
“El Protocolo de Sustentabilidad es más amplio e integral que la certificación orgánica, la cual se centra más en el producto en sí y su impacto en la salud. Mientras que el orgánico prioriza la eliminación de químicos y el cuidado del medio ambiente, la sustentabilidad también se preocupa por el bienestar de las personas y la comunidad en general. Esto le da un enfoque más completo, que no se limita solo al producto final, sino también a cómo se obtuvo, garantizando que los impactos en el ambiente y las personas estén controlados y gestionados”, explicó Laura Abraham.
“Se ha mejorado el capítulo relacionado a la gestión del impacto y el desarrollo de las comunidades. En este apartado se promueve la integración de las empresas vitivinícolas con las comunidades que las rodean”, señaló la Coordinadora del Protocolo. Se busca generar canales de diálogo, conociendo las necesidades de la comunidad, identificando potenciales impactos negativos que deban contenerse e impactos positivos que puedan generarse para mejorar la calidad de vida de las comunidades.
La industria vitivinícola ha demostrado ser una de las menos contaminantes y su enfoque en la sustentabilidad refuerza este hecho. Los avances en riego por precisión y otras tecnologías han permitido un consumo más racional de agua, y muchas bodegas están adoptando prácticas que promueven la circularidad y la eficiencia en el uso de recursos. “La gestión de residuos ha mejorado significativamente, con iniciativas como el compostaje de material orgánico y la colaboración con gobiernos locales para reciclar materiales inorgánicos”, amplió Abraham.
El cambio en las demandas de los consumidores también juega un papel fundamental en esta transición. En la actualidad, los consumidores no solo reclaman la calidad de los productos, sino que también esperan que las bodegas produzcan de manera sostenible y mantengan una política social responsable con sus empleados, proveedores y la comunidad en la que operan.
Este cambio de expectativas ha llevado a muchos comerciantes a considerar la sustentabilidad como un valor agregado al momento de elegir un producto, lo que se refleja en un lugar preferencial de estos productos en las góndolas de supermercados y vinotecas en mercados como Canadá y los países nórdicos.
Una cadena de valores
La industria del vino está en constante evolución y la sustentabilidad se ha convertido en un pilar fundamental para su futuro. El camino hacia la sustentabilidad es claro: cada paso en la dirección correcta fortalece a la industria y contribuye a la protección del medio ambiente y a la comunidad. “Las bodegas trabajan con sus residuos, separando materiales reciclables y promueven estas prácticas entre sus trabajadores. Este esfuerzo no solo responde a una mayor conciencia ambiental, sino también a la necesidad de cumplir con los requisitos de los mercados internacionales, que cada vez demandan más prácticas sustentables”, concluyó Abraham.
Aunque producir de manera sustentable ofrece beneficios comerciales, muchas bodegas en Mendoza han adoptado este enfoque por convicción. El compromiso con la sostenibilidad en la viticultura no es un simple adorno, sino una necesidad para asegurar la viabilidad a largo plazo de la industria. La inclusión de aspectos sociales y éticos en los protocolos de certificación, como la equidad de género, la lucha contra el acoso y la discriminación, y la mejora de las condiciones laborales, refleja una comprensión más amplia del significado de la “sustentabilidad”.
Este enfoque integral no solo mejora la calidad de vida de quienes trabajan en la industria, sino que también fortalece la relación de las bodegas con las comunidades en las que operan. La industria vitivinícola argentina está avanzando firmemente hacia un modelo de producción que es más responsable con su entorno. Este cambio no solo responde a las demandas del mercado, sino que también refleja un compromiso genuino con la protección del medio ambiente y el bienestar de la comunidad.
La sustentabilidad se ha convertido en un valor central para las bodegas, y cada certificación obtenida es un paso más hacia un futuro donde la producción de vino no solo sea sinónimo de calidad, sino también de responsabilidad y respeto por el planeta y sus habitantes. La vitivinicultura ha marcado el norte y la agricultura en general está en una fase más temprana de adopción de estas medidas. Sin embargo, se espera que el enfoque en la sustentabilidad continúe creciendo en todos los sectores.