Si la política argentina generaba alguna expectativa de acercamiento que comenzara a poner fin al fuerte antagonismo imperante, todo parece reducido a cenizas luego de la tensa semana que generó el kirchnerismo en el marco del juicio contra la vicepresidenta de la Nación.
Al margen de los alegatos correspondientes a la defensa de Cristina Fernández de Kirchner, en el marco de la causa, hubo expresiones desacomodadas, y en algunos casos amenazantes, hacia los fiscales que llevaron la investigación y acusaron y pidieron condenas.
Incluso, uno de los letrados que patrocina a la titular del Senado hizo una advertencia sobre el futuro de dichos magistrados que sonó más a amenaza: “Van a terminar mal…”.
La propia Vicepresidenta se encargó regularmente, luego de cada exposición en juicio de su defensa, de fomentar la teoría conspirativa en su contra, que tanto alienta el kirchnerismo, y que atribuye a conspiraciones de políticos de la oposición, jueces, fiscales y medios de comunicación el montaje de las causas que debe sortear en los tribunales.
Es más: en la sesión semanal del Senado, el oficialismo sumó algunos aliados para imponer su proyecto de ampliación de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, llevándola de 5 a 15 miembros. Es muy difícil que el trámite pueda avanzar en la Cámara de Diputados, donde la oposición puede ejercer una mayoría que ponga freno a la iniciativa.
Sin embargo, se debe tener en cuenta que con esa aprobación legislativa el oficialismo ejerció una nueva demostración de fuerza hacia los magistrados con el apresurado abordaje del proyecto, que dormía entre cajones hasta que la jefa política del oficialismo lo considerara pertinente.
En el debate en el recinto de sesiones fueron más contundentes los descalificativos hacia los actuales cuatro miembros del máximo tribunal que los argumentos políticos y jurídicos para sostener el proyecto ampliatorio del mismo.
Y en su propio defensa, la Vicepresidenta cerró la semana de alegatos pidiendo que los fiscales Luciani y Mola sean investigados por prevaricato, además de vincular a las causas judiciales en su contra con el intento de atentado que enfrentó en la puerta del edificio donde vive. “Nadie puede creer que esa banda tiene la autoría intelectual”, sentenció.
En la misma línea, el presidente de la Nación, en su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, vinculó al “fascismo disfrazado de republicanismo” por el ataque que tuvo en la mira a Cristina Kirchner.
Evidentemente, así no se puede pensar en una reconciliación para que los políticos de distinto signo sean adversarios, no enemigos, como parece desprenderse de las actitudes vistas a diario.
El republicanismo bien entendido es aquel que promueve los valores en los que debe desenvolverse la sociedad, entre los que figuran en primerísimo plano la justicia y la igualdad.
Criticar el denominado “discurso del odio” con más odio y enemistad sólo fomenta fanatismo y la negación y rechazo del que piensa distinto. Con más razón cuando se acusa de responsables del odio a aquellos que, desde la política debaten ideas.
Lo más lamentable es que esta situación se da en un contexto de elevada conflictividad por una economía tambaleante e imprevisible.
Actitudes como las señaladas no sólo se producen de espaldas a la ciudadanía; también puede conducir a un hartazgo generalizado hacia la clase dirigente.