En la celebración, este mes, del Día del Respeto a la Diversidad Cultural, el Gobierno nacional prefirió la vieja denominación “Día de la Raza” y destacar el rol de Colón. Dijo que con su llegada a América, este impulsó “un cambio de paradigma global” y “marcó el inicio de la civilización en el continente americano”, cuya “incidencia cultural, lingüística y económica ha moldeado nuestra historia e identidad”.
Es probable que el Gobierno nacional crea que con esa reivindicación ha dado un paso significativo en su proclamada “batalla cultural”, en la que supone que su cometido es defender y reinstalar “valores tradicionales” que anidan en nuestra sociedad y que, en su momento, fueron denostados por sectores que supieron avanzar con una ideología contraria.
Con ese razonamiento, el presidente Javier Milei busca nutrir a su gestión de una “épica restauradora” y, en paralelo, señalar negativamente al “enemigo” que hay que derrotar.
Pero tal razonamiento no es más que el armazón requerido para sostener una narrativa política tan ideologizada como la que se busca vencer, aunque de signo contrario. De tal modo, volvemos a ser espectadores de una lucha de facciones entre quienes están en el poder, autodefinidos como los virtuosos, los objetivos, los defensores de la verdad, y los opositores, que son despreciados y descalificados como una banda de mentirosos e inmorales que sólo tratan de imponer en el país su ideología.
En el debate por el financiamiento universitario, el Gobierno entiende que esa oposición toma “a los alumnos de rehenes”, según las declaraciones presidenciales. Paráfrasis mediante, se podría decir que el Gobierno aspira a que entendamos que alrededor de la denominación del 12 de Octubre la oposición ha tomado de rehenes a los pueblos indígenas.
Porque fue la hoy oposición, encarnada en el entonces kirchnerismo gobernante, la que cambió la denominación de la fecha y retiró la estatua de Colón que estaba emplazada detrás de la Casa Rosada.
Durante casi un siglo, nuestro país festejó el “Día de la Raza”. Desde 1917 hasta 2010, cuando el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi, recientemente disuelto por esta gestión) sostuvo que dividir a la humanidad en razas carecía de validez, ya que se trataba de una “concepción política errónea y peyorativa”. El mismo camino habían tomado antes varias comunidades científicas, considerando “nocivo” el concepto de “raza” para entender la diversidad humana.
El cambio de denominación pretendió dejar atrás “la conquista” de América desde una perspectiva eurocentrista y promover, en su lugar, una “valoración de la inmensa variedad de culturas que los pueblos indígenas y afrodescendientes han aportado a la construcción de nuestra identidad”.
Si se quiere, con esa sustitución de la denominación de la efemérides, Argentina llegaba demasiado tarde a una discusión que en el mundo ya casi se había saldado alrededor del quinto centenario del descubrimiento de América, celebrado en 1992.
Ahora, con su reversión, el Gobierno nos convoca a una innecesaria fuga hacia el pasado. Lo único que demuestra con ello es su permanente necesidad de confrontar por lo simbólico, cuando sería mejor atenerse a proponer cambios sinceros y profundos en el campo de lo real.