Esta semana sesionó en Glasgow la 26ª Conferencia de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP26). En el acto inaugural, el secretario general de las Naciones Unidas pidió que todos se comprometieran de verdad para “salvar a la humanidad”.
Gobernantes de los 191 países firmantes, asistidos por expertos científicos y técnicos, se reúnen periódicamente desde 1995 en conferencias de este tipo. Pero la de este año tiene matices muy significativos que la diferencian de las anteriores.
En el Acuerdo Climático de París de 2015, se fijó 2020 como el primer hito para comprobar el verdadero nivel de involucramiento de cada país con el compromiso de reducir la emisión de gases de efecto invernadero. Sin embargo, el año pasado no hubo conferencia por la pandemia. Entonces, cada país tiene ahora que demostrar lo que hizo y lo que está dispuesto a hacer para alcanzar el objetivo de que la temperatura promedio de la Tierra aumente menos de dos grados centígrados respecto de la era preindustrial.
Por el Acuerdo de 2015, cada país debía proponer un compromiso voluntario en la reducción de las emisiones para 2030, por ejemplo tomando como referencia sus emisiones de 1990. Si se analizan los documentos enviados desde entonces por todos los países firmantes, el calentamiento global resultaría inevitable, porque a finales de este siglo la temperatura superaría con creces el objetivo acordado.
Por tanto, para este encuentro se requirió una actualización realista de esos compromisos. Hasta julio pasado, 113 países habían enviado sus nuevos programas. Lo que observaron los especialistas es que aún falta mucho para alcanzar una reducción que nos ponga a salvo.
Un punto clave para ello es la descarbonización: no debiéramos usar más combustibles fósiles. Otro, cambiar la forma de tratar nuestros residuos, para evitar la alta emisión de gases. Una tercera cuestión crítica es la producción agropecuaria, por su alta emisión de metano. Estos elementos se podrían combinar para favorecer una reconversión energética que apueste por las “fuentes verdes”.
Pero algo semejante no sólo requiere de un gran compromiso, sino también de fuentes de financiación, que es el otro gran tema –además de las metas nacionales– al que los asistentes a Glasgow prestaron suma atención.
En el Acuerdo de París, se estableció que los países desarrollados aportarían un fondo de 100 mil millones de dólares anuales para ayudar a los estados menos desarrollados en su transición a una economía baja en carbono y en la adopción de medidas preventivas del cambio climático. Ha pasado un lustro y este objetivo tampoco se cumplió.
La Unión Europea propicia un recorte del 55% de las emisiones para 2030. Reino Unido propone emisión cero para 2050, con descarbonización del sistema energético para 2035.
Ahora hay que ponerse manos a la obra en el mundo entero.