La unión de grandes líderes militares y políticos de aquella época dio sustento al proceso que derivó en la declaración de nuestra independencia, aquel 9 de julio de 1816 en Tucumán. Fueron líderes a los que recordamos periódicamente los argentinos y sobre los que nadie duda de su patriotismo, honestidad e idoneidad, porque demostraron con hechos y actitudes la decisión de darle al país en formación las bases para un despegue que le permitiese decidir sin depender de otros. La premura de los patriotas de la independencia pasaba por evitar que cualquier reacción imperialista pudiese afectar el derrotero iniciado seis años antes, en mayo de 1810.
Luego, nuestra historia destaca hechos puntuales de gran trascendencia, como el acuerdo de San Nicolás, de 1853, o el aporte de la denominada Generación del ’80, a fines de siglo XIX. Sucesos o tiempos de la vida argentina apoyados en las bases patrias de quienes forjaron la argentinidad aun teniendo que sortear cruentas crisis internas.
Sin embargo, la Argentina de hoy enfrenta una decadencia alarmante en materia económica y social. Los datos de la pobreza creciente son una clara evidencia de esa caída como país. El aumento constante de pobres y marginados es la gran deuda que tiene la democracia reinstaurada en 1983.
Lamentable realidad: en tiempos de estabilidad institucional, luego de un tormentoso siglo XX, la clase política se muestra incapaz de proteger las necesidades básicas de su población y evitar el avance de la desigualdad. Para ello se necesita que la economía crezca y permita la reinserción del país en el mundo.
Difícil será hallar el camino de la recuperación integral de la Argentina si entre los dirigentes responsables subsisten actitudes beligerantes por sobre la búsqueda de consensos que permitan sortear diferencias sin afectar ideas o principios.
Por lo tanto, cuesta comprender como un funcionario de altísimo rango de la provincia de Buenos Aires, perteneciente a un espacio interno del oficialismo que es muy gravitante en las decisiones de la Nación, critique a dirigentes de la oposición haciéndolos responsables de instar al exilio y al “odio al país” porque muchos argentinos viajan al exterior. Y que considere que estos dirigentes de la oposición hagan cosas que “ni siquiera el fascismo, el nazismo o ninguna autocracia europea se animó a hacer”.
No se puede entender cómo desde la función pública se puede atacar a quienes piensan distinto sólo porque son opositores, en el caso de los políticos. O porque hacen uso de la libertad que confiere la Constitución para salir del país por distintas razones, incluso en los casos de quienes optan por radicarse en otras partes del mundo por decisión propia.
Consolidar la independencia sellada hace 205 años es responsabilidad de cada uno de los argentinos con sus hechos de cada día, con sus proyectos y concreciones. Pero, fundamentalmente, de una clase dirigente basada en la virtud de la persuasión y el diálogo, no en la descalificación y el atropello al disenso republicano.