El clientelismo socava las bases de la democracia

Entender a la política como un negocio en el que no hay reglas requiere, para su ejercicio, de un elemento imprescindible: el desprecio por el otro.

El clientelismo socava las bases de la democracia
No menos impúdico, pero sincero, fue el candidato Daniel Gollán, quien no se caracteriza por los buenos modales, al señalar que otros hubieran sido los resultados si la gente “hubiera tenido más platita en los bolsillos”.

La dádiva indiscriminada como una forma de asegurarse votos es una práctica de larga data en el país. Pero en estos últimos tiempos ha alcanzado un grado de desparpajo que bien puede calificarse de obsceno.

Para prueba, basta posar la mirada en la provincia de Buenos Aires, donde se libra la madre de todas las batallas electorales, y en la correspondiente escaramuza de General Rodríguez, donde decenas de ciudadanos recibieron electrodomésticos.

En la semana pasada, se repartieron allí heladeras, cocinas, calefactores y tarjetas de débito al solo efecto de que nadie olvide a quién debe votar el próximo 14 de noviembre.

Tal como en General Rodríguez, otros puntos del difícil conurbano bonaerense son por estos días escenario de la llegada anticipada de los Reyes Magos, quienes ya no usan camellos sino camiones para satisfacer la generosidad de los barones del conurbano, esos que vienen manejando el territorio desde hace dos o tres décadas, nacidos y criados a la sombra del duhaldismo. Como Mario Ishii, quien acaba de advertir a los medios de comunicación que un día el pueblo irá por ellos.

Nada nuevo para contar, excepto el desparpajo obsceno de los protagonistas. Días antes de las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (Paso), el Gobierno de la provincia de La Rioja repitió su propia historia al repartir electrodomésticos y kits de construcción, amén de subsidios diversos, una práctica instalada al punto que hubo protestas populares cuando corrió el rumor de que la fiesta tocaba su fin. Para colmo de la ironía, en la provincia se disputan dos bancas: quien gane se llevará una, y el segundo la otra. O sea que el gasto no vale la pena.

No menos impúdico, pero sincero, fue el candidato Daniel Gollán, quien no se caracteriza por los buenos modales, al señalar que otros hubieran sido los resultados si la gente “hubiera tenido más platita en los bolsillos”. Breve y claro, el mensaje ya fue entendido, y el Tesoro vuelca sobre el conurbano miles de millones recién impresos que alimentarán el fuego de la inflación que fabrica cada día nuevos pobres, los cuales se pondrán en la fila de quienes aspiran al mendrugo del subsidio. Hay que fabricar pobres para tener clientes.

Eso se llama clientelismo y se lo practica sin disimulo, con un perfecto desprecio por los ciudadanos y un simétrico desprecio por la democracia, convertida en un simulacro para sostener la voracidad interminable de quienes vienen medrando en sus zonas grises desde hace décadas y de quienes ya no puede decirse, piadosamente, que son políticos equivocados, dado que saben muy bien lo que hacen y por qué lo hacen: destruir el sistema desde adentro, aprovechando al máximo sus debilidades.

Esta forma de entender a la política como un negocio en el que no hay reglas requiere, para su ejercicio, de un elemento imprescindible: el desprecio por el otro.

Y a quienes hoy la ejercitan les sobran condiciones para hacerlo.

Las pruebas están a la vista para quien quiera verlas.

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