Tal como se informó durante la semana pasada, el Banco Central de la República Argentina (BCRA) suspendió unas 5.000 cuentas de ahorro a los efectos de mitigar la práctica conocida como “puré” en el circuito financiero. O sea, la compra de dólares turista que se revenden en el circuito paralelo con ganancias en algunos casos no menores al 30 por ciento.
De ese modo se limita –bastante tarde, por cierto– una práctica que bien podría ejemplificar el natural talento argentino para el emprendedorismo especulador.
El recurso, simple pero efectivo, consiste en la apertura de cuentas de ahorro por parte de numerosos particulares sin demasiado poder adquisitivo, cuentas que son fondeadas por un financista para que cada uno acceda a la adquisición de los 200 dólares mensuales autorizados para ahorro.
Luego, los compradores giran esos dólares a otra cuenta de la que el dueño del negocio retirará los billetes. El procedimiento tiene, como se ve, la probada eficacia de las cosas sencillas, claro que posibilitadas por el mismo sistema.
Por cierto, las cosas serían diferentes si el contexto fuera otro. Pero la fiebre argentina por el dólar tiene sus antecedentes y sus causas profundas y antiguas: baste recordar a un presidente de la década de 1950 preguntando a sus fieles: “Muchachos, ¿quién ha visto un dólar?” para entender la antigüedad de nuestros problemas irresueltos.
Toda vez que la moneda argentina tambalea, los ahorristas se vuelcan al dólar. Y lo hacen siempre que ven a un gobierno sin hoja de ruta y en curso de colisión, con el mismo empeño con que el Titanic navegó hacia el iceberg. O sea, casi todo el tiempo desde hace más de 70 años en el país.
Alguien debería percatarse de que nos pasa lo mismo porque siempre hacemos lo mismo; pero no hay caso.
Las causas no son misteriosas ni producto de las oscuras conspiraciones que los paranoicos de ayer, hoy y siempre gustan denunciar: el combo contiene déficit fiscal, gasto público descontrolado, alta inflación y emisión a destajo.
Se debería reconocer, no obstante, que la reactivación llegó hace rato a la Casa de la Moneda, donde abundan las horas extras y los francos trabajados.
Para decirlo en buen romance, se trata de esa manía tan argentina de gastarnos lo que no tenemos, en una dura lucha que libramos en dos frentes: endeudándonos como apostadores insaciables en el frente externo, a la vez que vaciamos con admirable prolijidad todas las cajas del Estado.
En ese punto nos encontramos. El mismo de siempre.
Los ahorristas saben que el país carece de moneda, aun cuando sucesivos ministros de Economía hayan querido sanearla quitándole innumerables ceros, dándole aspirinas a un moribundo.
Y que el Banco Central no tiene dólares y el aparato productivo nacional padece las consecuencias de una desmesurada presión impositiva que nadie quiere aliviar porque un Estado enfermo necesita de esa droga que se llama recaudación.
En síntesis, llegados que hemos al punto anterior, la ofensiva del Banco Central contra los “coleros” luce como lo que es: una aspirina suministrada a un moribundo.