El presidente Javier Milei acaba de dar un giro trascendente en la política exterior hacia China, y así desdice los acalorados discursos pronunciados en la campaña electoral y durante los meses iniciales de su gestión. El mandatario argentino visitará el gigante asiático en los primeros meses de 2025, tras la gira oficial que realizará su hermana e influyente funcionaria del gobierno libertario, Karina Milei.
Las anteriores posiciones de Milei intentaron alejarse de la sumisión hacia China que fue visible en la última etapa del peronismo-kirchnerismo, ante el cierre de los mercados internacionales de crédito y el rechazo de los principales líderes occidentales.
La política exterior del Presidente se vinculó en los primeros meses con los líderes libertarios del mundo, más ligados a una extrema derecha cerril que al pragmatismo que exigen hoy las relaciones internacionales.
El jefe del Estado denostó como “comunista” al régimen que encabeza Xi Jinping, que es poco propenso al respeto de los derechos humanos.
Sus ataques incluyeron al presidente de Brasil, Lula da Silva, a quien identificó como un “socialista” que empobreció a su país, al tiempo que daba señales de apoyo a Jair Bolsonaro, el principal adversario político del actual mandatario brasileño.
La realidad lo obligó a volver sobre sus pasos y a enviar ahora gestos amistosos hacia China, el principal comprador de los granos argentinos y un potencial inversor en centrales hidroeléctricas y nucleares, en puertos y en otras obras de infraestructura que necesita la Argentina.
Por la tradición histórica y por los graves hechos ocurridos durante la anterior dictadura militar, el Gobierno está obligado a sostener la defensa de la democracia y el respeto a las libertades y a los derechos humanos en los foros internacionales.
Ese señalamiento debe incluir las graves transgresiones que se observan en China, Cuba, Venezuela y Nicaragua, como lo hizo la actual gestión, a diferencia de la doble vara que exhibe el kirchnerismo en este tema.
Sin embargo, esa posición no debe incluir el menosprecio a las relaciones comerciales, científicas y en otros campos entre el país asiático y la Argentina. China se ofrece, además, como un financista flexible a las necesidades económicas del país, en contraposición con las exigencias que plantean organismos internacionales.
Esa renuencia o demora en los plazos de ejecución de un nuevo préstamo del Fondo Monetario Internacional (FMI) podría ser parte de las razones no expuestas del acercamiento al país asiático, cuya economía es la número dos del mundo.
El fortalecimiento de ese vínculo no debe ser obstáculo para condenar una eventual invasión china a Taiwán o por el eventual uso militar de la base instalada en Neuquén. La urgencia por obtener financiamiento para la salida del cepo cambiario tiene que mantener en pie la tradición argentina de la defensa soberana de los pueblos y la no injerencia en otros países.
Sólo así las relaciones exteriores de la Argentina harán gala de la coherencia en posiciones que siempre caracterizaron a nuestro país, más allá del pragmatismo ocasional en materia comercial y financiera.