Las recientes advertencias del papa Francisco sobre el riesgo de un conflicto nuclear a raíz de la invasión rusa a Ucrania parecen tener cada vez más asidero.
En los últimos días la tensión entre el gobierno de Putin y Occidente creció, fundamentalmente, por la firme resistencia de las tropas ucranianas, que obligaron a las fuerzas bajo el mando de Moscú a retirarse de sus posiciones.
Sin embargo, lejos de toda posible negociación, el presidente de Rusia pretende acentuar su presión bélica y convocó a un importantísimo número de reservistas para sumarse a las acciones militares destinadas a mantener su presión y ocupación sobre el país vecino.
Esto ha generado mucha resistencia de parte de un importante número de ciudadanos rusos que ya consideran absolutamente innecesaria la aventura bélica emprendida a fines de febrero.
El problema mayor radica en la postura intolerante de Putin, que, lejos de aceptar entablar alguna negociación con Ucrania, no sólo anuncia el mantenimiento de las hostilidades, sino que, además, le recuerda al mundo que su país dispone de un arsenal nuclear muy efectivo.
En este contexto, fue muy trascendente la reciente 77° reunión de la Asamblea General de Naciones Unidas, donde el conflicto en Ucrania fue abordado y definido como un suceso que cada vez más preocupa al mundo.
El esperado discurso del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, sirvió para fijar una serie de definiciones que demuestran que la paciencia diplomática puede tener límites, en especial cuando una de las partes del conflicto no recapacita para contemplar la posibilidad de volver sobre sus pasos.
Biden calificó una vez más a la invasión rusa como “una guerra innecesaria y brutal”.
Pero lo más resonante de su mensaje consistió en la directa alusión al gran responsable de la tragedia en Ucrania.
“Es una guerra que escogió un hombre, para ser muy franco. Un miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU invadió a su vecino y trató de borrar a un Estado soberano del mapa”. Una muy lapidaria y contundente definición sobre el rol de Vladimir Putin.
El mandatario estadounidense también pidió a sus colegas del mundo “ver estos actos horrendos por lo que son” y tiró por el piso la argumentación de Rusia en cuanto a la defensa de su propia integridad y a la necesidad de liberar a los ucranianos de un “gobierno nazi”, uno de los delirantes argumentos del mandamás moscovita.
También fue valorable lo expuesto, a su turno, por el presidente de otro influyente país, como es Francia. Emmanuel Macron no sólo fustigó a Rusia por su invasión y prolongada guerra; también llamó a la comunidad internacional neutral en el conflicto a tomar posición contra lo que él consideró una agresión rusa a la carta de las Naciones Unidas.
De estas fuertes definiciones de presidentes de países líderes en el mundo se desprende la inquietud existente por las derivaciones que pueden surgir de un conflicto bélico alocado, inspirado en el afán expansionista y anacrónico de un mandatario autoritario y desequilibrado al mando de una potencia bélica.