Es muy difícil olvidar el drama mundial de la pandemia de Covid-19, oficializado a partir del 11 de marzo de 2020. Si bien el mundo se ha repuesto, el costo humano de dicha tragedia estará siempre presente: casi 7 millones de personas perdieron la vida contagiadas con un mal al que la humanidad tuvo que combatir inesperadamente. Y también muchos millones atravesaron cuadros de distinta gravedad y pudieron salir a flote gracias a los cuidados de profesionales.
Por lo tanto, resulta sumamente reconfortante comprobar que los esfuerzos realizados en el campo de la ciencia son reconocidos internacionalmente sin dilaciones. Esto queda expresado en la distinción otorgada por el Comité del Nobel de Estocolmo a la bioquímica húngara Katalin Karikó y al investigador Drew Weissman, de Estados Unidos, con el Nobel de Medicina en reconocimiento a sus descubrimientos sobre el ARN mensajero, hallazgo que resultó fundamental para poder desarrollar las vacunas aplicadas durante la pandemia de Covid-19.
En efecto, hubo una plena distinción a los descubrimientos de estos dos científicos sobre las modificaciones de las bases nucleicas que permitieron el desarrollo de vacunas efectivas contra el virus. Y también honores a la rapidez de los estudios: “Los ganadores contribuyeron al desarrollo a un ritmo sin precedentes de una vacuna durante una de las mayores amenazas para la salud de la humanidad en los tiempos modernos”, sostuvo el jurado en los fundamentos escritos del premio otorgado.
Hasta la pandemia última las vacunas estaban basadas en los llamados virus debilitados, sistema exitoso desde el punto de vista de la inmunización durante muchísimas décadas. En cambio, ese mal impensado obligó a los científicos ahora premiados a trabajar contra reloj por la velocidad de propagación que impuso, como también la facilidad de traslado a distancia por la inmediatez que brindan hoy los medios de transporte.
Por otro lado, la prensa especializada repara en la decisión de premiar trabajos recientes, dejando atrás una tradición de reconocimiento a trabajos que tuvieron antes décadas de trayectoria.
Fueron tiempos muy dolorosos los vividos durante la última pandemia. Difíciles para científicos y profesionales de la salud en todos sus rangos, porque debieron enfrentar una prueba tal vez inimaginable en los tiempos que corren, plenos de avances y descubrimientos, ante la aparición de un virus que vulneró todo cálculo y previsión.
Tiempos duros y también imposible de borrar para los que perdieron a familiares y amigos, porque en medio del dolor no quedaba otro camino que aceptar que todo lo que estaba al alcance de la mano desde el punto de vista médico y científico posiblemente no alcanzara para salvar una vida.
Pocas veces en los tiempos recientes la fragilidad de la humanidad quedó tan expuesta, a la vista, como en aquellos meses de dominio de la peste en todos los continentes. Y el alivio llegó cuando la ciencia, urgida como pocas veces antes, pudo encontrar el paliativo a través de la vacunación producto de urgentes experiencias hasta llegar a la clave. Por todo ello, este Nobel nos parece totalmente acertado y justo.