Nos encontramos dentro del mes en que se recuerda el Día Mundial de los Humedales, que se celebra cada 2 de febrero, en conmemoración de la firma de la convención relativa a estos espacios de agua, realizada en 1971 en la ciudad de Ramsar (Irán).
La investigadora del Ianigla-Conicet, Guillermina Elias, se ha ocupado recientemente en este diario (16/02) del tema en una columna titulada: “Y los humedales… ¿para cuándo?”.
La especialista se refería con ese insinuante título a la inexplicable demora en tratar en el Congreso nacional la ley de presupuestos mínimos para la conservación de estos lugares, considerados verdaderas “fábricas” de agua, en especial, en el dantesco escenario de cambio climático.
Debe señalarse que el 21 de diciembre pasado venció el plazo en el Parlamento para la sanción de una norma que reglamente la protección de los humedales. Se trata de una iniciativa orientada a regular cuáles son las actividades que pueden llevarse a cabo dentro de los territorios de humedales, qué actividades productivas pueden realizarse y de qué modo, teniendo en cuenta que son ecosistemas vitales para la reproducción de la vida, y que por eso necesitan atención especial. La ley de humedales es una demanda que lleva más de 10 años esperando en Argentina.
Mientras tanto, el sobrepastoreo, los incendios forestales, el desecamiento por falta de lluvias en algunos lugares, pero, sobre todo, los negocios inmobiliarios que quieren avanzar sobre estos vitales espacios, ponen en riesgo esas áreas con agua y de gran riqueza de fauna y flora.
La provincia de Mendoza cuenta con dos sitios Ramsar (llamados así por la ciudad iraní donde se firmó hace más de 50 años el acuerdo mundial para protegerlos), y a ellos nos vamos a referir en este comentario.
Uno de ellos, la Laguna de Llancanelo, espejo de agua salada que se encuentra a 1.300 m de altura, en Malargüe, al pie de las montañas, en un ambiente semidesértico. Ostenta en sus 92.000 hectáreas una fauna amplia y diversa, con más de 90 especies de aves acuáticas entre las que se destacan los cisnes y flamencos. Al tratarse de una laguna salina, son los bañados que rodean a esa laguna los que generan y retienen el agua dulce fundamental para la producción de pastos naturales que usa la ganadería de la región. Sin embargo, no todos los bañados, como el de Carapacho, gozan de buena salud y están en riesgo.
El sitio es protegido por un proyecto de restauración impulsado por la Fundación Humedales Wetlands International y una amplia participación de actores, como guadaparques, pobladores, alumnos y especialistas, como Heber Sosa Fabre, profesor en Ecología.
El otro espacio Ramsar que tenemos en nuestra jurisdicción es Lagunas de Guanacache, Desaguadero y del Bebedero, en el norte de Lavalle, en el límite con San Juan. También un escenario de enorme valor ambiental.
En los dos sitios hay tareas de restauración ecológica que son muy encomiables y deben proseguir, con el apoyo de la comunidad y el Estado por todas las formas posibles. No podemos incurrir en el desatino de que se pierdan zonas que disponen millones de litros de líquido, una variedad inmensa de aves y animales autóctonos, plantas y vegetación en general, toda una biodiversidad que frena el desierto donde vivimos.