La semana pasada la política argentina se vio sacudida por una carta de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. El texto rememora el estilo usado por Juan Domingo Perón en la década de 1970, cuando se dirigía a sus militantes y a la sociedad a través de misivas que daban pie a múltiples interpretaciones y a diversas especulaciones sobre quiénes eran sus reales destinatarios.
Algo similar sucede con esta carta, aunque bien puede inferirse que los principales receptores son el presidente Alberto Fernández, a quien ella de modo unipersonal eligió como candidato del Frente de Todos, y los sectores económicos y gremiales, además de la referencia a los medios de comunicación, convertidos en su obsesión desde hace años.
Las nueve páginas no incluyen ninguna autocrítica sobre los errores cometidos durante sus dos mandatos presidenciales, en especial entre 2011 y 2015.
A partir de ese período, se desmadraron las principales variables económicas; se disparó el déficit fiscal a niveles desconocidos en la administración kirchnerista y se dispuso un cepo para la compra de dólares desde el 31 de octubre de 2011, una semana después de su segundo triunfo electoral.
Tampoco incluyen referencias a la persecución política realizada a opositores, a empresarios y a periodistas a través de los medios de comunicación controlados por el Estado y por la agencia impositiva.
Ese estilo se profundizó con las agrupaciones políticas afines, que llegaron a realizar “juicios públicos” contra quienes cuestionaban las equivocaciones de la gestión y osaban criticar la política económica.
Cristina Fernández prefiere descargar todas las culpas de la actual crisis sobre Mauricio Macri, quien, si bien cometió errores en el manejo del déficit público, financiado con un exacerbado endeudamiento externo, no es el único responsable de los problemas estructurales del país.
Las apelaciones más cuestionables de la carta se refieren a la sentencia de que existen “funcionarios que no funcionan” y el llamado a un gran acuerdo nacional para encontrar una salida al bimonetarismo.
La doctora Cristina Fernández insiste en cuestionar, sin nombrar, a ciertos funcionarios de la administración de Alberto Fernández, con el objetivo de desplegar allí a sus delegados y direccionar la gestión del Poder Ejecutivo sin involucrarse en forma directa.
Tampoco es sincera su convocatoria a un acuerdo nacional, luego de que la mayor parte de la misiva cuestiona y descalifica a los sectores que no comulgan con su pensamiento.
Es cierto que el país necesita un acuerdo nacional sobre principios básicos de la economía, como el déficit fiscal, el saneamiento de las cuentas públicas y cuál es el tipo de cambio de equilibrio para el desarrollo de los sectores productivos y para la inserción global de la Argentina.
Pero una autocrítica por parte de Cristina Fernández, no incluida con sinceridad en su último libro, y una apertura a un acuerdo y a la unión nacional, serían más valiosas que las palabras contenidas en su carta.
Si se quiere un acuerdo integral entre todos los sectores de la comunidad nacional, primero es preciso resolver la interna de la coalición gobernante y luego ser generosos y abiertos en el llamado a acordar.