Por iniciativa del propio presidente Joe Biden, primero la Cámara de Representantes y luego el Senado convirtieron en ley un proyecto que suspende el tope de la deuda hasta el año 2025. Quedan así de lado las amenazas de incumplimiento. Entre otras medidas, la ley aprobada limita gastos no relacionados con la política de defensa estadounidense, aumenta requisitos de trabajo para beneficiarios de planes sociales y recupera fondos de ayuda por el Covid-19 no usados.
El momento era crucial. La secretaria del Tesoro, Janet Yellen, había alertado sobre la inminencia de una cesación de pagos irreversible si no se modificaba en forma urgente la capacidad de endeudamiento del país.
El gesto de apoyo de los republicanos fue destacado públicamente por el presidente Biden, que consideró el acuerdo como “un paso crítico hacia adelante y un recordatorio de lo que es posible cuando actuamos por el mejor interés de nuestro país”.
Del lado republicano hubo una honorable respuesta. “El incumplimiento era la espada gigante que pendía sobre la cabeza de Estados Unidos, pero debido al buen trato del presidente Biden, así como de los demócratas en el Congreso, no estamos incumpliendo”, señaló el líder parlamentario Chuck Schumer.
Sin duda, la responsabilidad expresada en el voto mayoritario de republicanos hacia el gobierno demócrata es notable, ya que el presidente estadounidense se encamina hacia la campaña con la que buscará su reelección. La oposición norteamericana priorizó los intereses del país sobre los electorales. No hubo especulación. Fue una muestra de razonabilidad: ante una eventual alternancia, los republicanos hubiesen tenido que hacerse cargo de la crítica situación en caso de asumir uno de sus dirigentes la sucesión de Biden.
Este gesto de convivencia democrática se potencia si se tiene en cuenta el problema que ha significado para Estados Unidos, en el plano institucional, la controversial figura del republicano Donald Trump, un ex presidente portador de actitudes violentas y revanchistas no habituales en el sistema político estadounidense.
Lamentablemente, la comparación resulta inevitable con la realidad argentina. Nuestro país enfrenta una de sus peores crisis en lo económico y social en medio de un pálido escenario institucional: un gobierno prácticamente desintegrado, en virtual retirada, dominado por las internas por la escena electoral; y los sectores más representativos de la oposición, con permanentes desinteligencias y sin liderazgos claros. Cuadro al que se le suma la inacción del Congreso de la Nación, también dominado por las peleas propias del sendero hacia las urnas.
Cabe preguntar si ante la triste realidad económica y social ya mencionada no sería apropiado que oficialismo y oposición buscaran de inmediato consensuar medidas básicas que alivien el sufrimiento de las clases media y baja de argentinos, afectados por la inoperancia de la política. Sin especulaciones electorales, como actuaron oficialistas y opositores en el Congreso estadounidense. Aunque utópico, sería un punto de partida para el nuevo ciclo que arrancará el 10 de diciembre tras el resultado de las elecciones. Aunque en Argentina demostramos estar muy lejos de los ideales políticos posibles.