Enorme expectativa en la región generó la reciente asunción de Luiz Inácio “Lula” da Silva como presidente, en Brasil. No sólo las miradas se orientaron hacia el país vecino por su tercera incursión en la más alta magistratura, luego de 20 años del comienzo de su primer mandato. Especialmente, lo que se observa a partir de ahora es su posicionamiento para encarar una situación económica y social muy diferente a la que él dejó en 2011.
Uno de los principales desafíos que tendrá el nuevo presidente brasileño será gobernar con firmeza en un país notablemente polarizado. Al estrecho margen que diferenció a Lula da Silva de Bolsonaro, en la segunda vuelta de fines de octubre, se le suma la paridad política, que se reflejará en el Parlamento.
Es el tiempo de un Brasil notoriamente dividido, con el agregado de severos problemas socioeconómicos que habían sido atenuados en las últimas décadas: falta de trabajo y empobrecimiento. Las encuestas señalan que un 15% de la población tiene severos problemas para acceder al sustento diario. Una derivación del desempleo creciente luego de la pandemia de coronavirus que el gobierno anterior no logró reencaminar. Además, casi 10 millones de brasileños carecen de empleo.
Como señalábamos, el ajustado resultado electoral reciente demostró claramente que las ideas impuestas por el derechista Jair Bolsonaro tuvieron fuerte arraigo en un elevado porcentaje de la población. A ese desafío, el flamante presidente respondió prometiendo gobernar “para todos, sin importar si son ricos o pobres, de derecha o de izquierda”, según sus palabras durante su asunción.
Ese escenario claramente obligó a Lula da Silva a estrechar vínculos políticos muy amplios, fundamentalmente con la centroderecha, representada por su vicepresidente, Geraldo Alkmin, un ex adversario ahora aliado y referente de un sector amplio de la sociedad brasileña que apostó por la consolidación de la coalición ahora gobernante pese a no ser partidaria de Lula. Sostener la calidad democrática fue su principal precepto.
La región espera que las buenas relaciones de Brasil con los demás países sean una prioridad para Lula da Silva, como lo fueron durante sus dos primeros mandatos. El nuevo presidente prometió adoptar otra vez esa postura, que seguramente no sólo incluirá a naciones gobernadas por referentes de la izquierda, sino con todos en general. Es menester para la economía brasileña romper la tendencia aislacionista que caracterizó a la presidencia de Bolsonaro.
En ese contexto, seguramente Brasil también retomará su relacionamiento con Estados Unidos, la Unión Europea y países asiáticos, sobre todo China, prioritarios y necesarios para que el potencial económico y comercial de Brasil vuelva a gravitar.
Lula da Silva demuestra seguir representando a una dirigencia política que se sobrepone a lo ideológico para proteger y potenciar la institucionalidad, los preceptos republicanos que necesita la región. Todo lo contrario de su antecesor, que despreció la posibilidad de traspasar el mando tal cual corresponde, como hicieron antes Cristina de Kirchner con Mauricio Macri y Donald Trump con Joe Biden.
Es de esperar que la euforia que en el oficialismo argentino ha potenciado la nueva llegada de Lula da Silva al poder sirva, especialmente, para asimilar y adoptar modos de gestión y respeto a las instituciones que no siempre se suelen tener en cuenta por estos lados.