No resulta alentador que, en un periodo extremadamente crítico en lo económico y social, como el que atraviesa en estos tiempos la Argentina, las palabras de los políticos sirvan, más que para la reflexión, para la duda o la ironía.
Esta semana el presidente de la Nación tuvo dos no muy afortunadas expresiones en momentos en los que su palabra, sin duda necesaria, debe transmitir seguridad y firmeza, pero, a la vez, serenidad.
Alberto Fernández dijo, en su visita a San Juan, que “no es verdad que sea el mérito lo que nos permite crecer, como nos han hecho creer en los últimos años”, probablemente en alusión, una vez más, a los cuatro años de la gestión presidencial anterior a la suya.
Posteriormente, en otro acto, el titular del Ejecutivo sostuvo que “los dólares hacen falta para producir, no para guardar”, con lo que, seguramente, pretendió reprender la especulación (¿otro gesto hacia el gobierno previo?) pero incluyendo, sin más, al grueso de argentinos que, ante la tradicional inestabilidad del peso, recurren a la moneda norteamericana para sentir que tienen algún tipo de ahorro al alcance de la mano.
Fue su esperada palabra sobre las medidas adoptadas por el Banco Central con respecto al cepo cambiario, mucho más estricto ahora, que hasta contradijeron anuncios previos, y recientes, del ministro de Economía, Martín Guzmán.
Y como remate de una semana marcada por los sacudones cambiarios y políticos, el ex presidente Eduardo Duhalde, que no hace mucho predijo un 2021 sin elecciones en la Argentina como resultado del desorden institucional imperante, se atrevió ahora a afirmar que ve a Fernández “grogui, como De la Rúa”.
Lamentable desde todo punto de vista lo que dijo. No es la manera de referirse al Presidente, más allá de que, verdaderamente, considere que no está respondiendo en su cargo como se esperaba o según las circunstancias actuales.
Tampoco es justo enjuiciar de tal manera a un ex primer mandatario de la historia reciente del país, que ya no vive para poder defender su honor.
Duhalde, por otra parte, fue gran protagonista de esa época crítica y lamentable en lo institucional. Fue referente de una época del justicialismo hoy gobernante, más allá de corrientes y alineamientos ocasionales, por lo que sus pronósticos no aportan a la paz social y, menos aún, a la credibilidad en el país. Consecuencia de una exposición inapropiada del Presidente.
En solo nueve meses de gestión, y al margen de la emergencia por la pandemia, hubo muchas marchas y contramarchas del gobierno de Alberto Fernández que fueron sembrando dudas sobre el derrotero elegido.
Contradicciones y debilidades, como las expuestas, a las que se suman distintos hechos que afectan la relación de poderes y la estructura institucional, como la clara embestida contra el Poder Judicial, que no condicen con la promesa de unidad entre los argentinos que tanto pregonó el Presidente en tiempos de la campaña electoral, hace sólo un año.
En síntesis, que quien ejerce la primera magistratura de la Nación o quienes la han ejercido en periodos anteriores, deben sumar esfuerzos para ayudar a los argentinos en este momento tan grave, o al menos no tienes que sembrar la desesperanza.