Al hablar recientemente en la edición Río de la Plata del Foro de Madrid, el presidente de la Nación, Javier Milei criticó abiertamente a los científicos, “que creen que, por tener una titulación académica, los vuelve seres superiores, y -por ende- todos debemos subsidiarles la vocación”.
Y añadió: “Si tan útiles creen que son sus investigaciones, los invito a salir al mercado -como cualquier hijo del vecino- investiguen, publiquen un libro y vean si la gente le interesa o no, en lugar de esconderse –canallescamente-, detrás de la fuerza coactiva del Estado”.
Los conceptos del mandatario quedarán asentados en la memoria colectiva como la acentuación de una posición muy dura, y muy injusta para muchos, de los hombres y mujeres que conforman el sistema científico nacional.
Señalar que los investigadores “se esconden -canallescamente- detrás de la fuerza coactiva del Estado”, es muy fuerte, incomprobable y desnaturaliza la vocación de servicio y dedicación al prójimo que tiene la mayoría de hombres y mujeres de este campo de la realidad.
Los logros que han materializado científicos argentinos en el centro neurálgico del país, que es Buenos Aires y su zona de influencia, y en el interior de la República, en los últimos 30 años han colaborado en enorme medida a la grandeza de nuestra Nación.
No sabemos si el Presidente meditará sobre el alcance de sus palabras, y retroceda en la severa denostación que formuló a los representantes de la ciencia y la tecnología. En otras oportunidades ha recompuesto su pensamiento, como cuando se desdijo de iniciales descalificaciones hacia el papa Francisco, al que consideró “el representante del maligno en la Tierra”.
Con el paso del tiempo y el ejercicio de la reflexión, Milei retiró los agravios, e inició una relación superadora con el sucesor de Pedro en la tierra.
En estas circunstancias, al asumir una negativa valoración del trabajo de un sector tan importante de la realidad nacional, el ocupante del sillón de Rivadavia tiene la oportunidad de considerar las contribuciones transformadoras de la ciencia argentina.
El listado de aportes que el sistema científico traslada a la Nación es muy amplio y su sola enumeración ocuparía el caudal de decenas de páginas de muchos libros.
Innovaciones en producción agropecuaria e industrial, preservación ambiental o adelantos en salud, con avances formidables en el tratamiento del cáncer, diabetes, trasplantes de órganos y las enfermedades cardiovasculares han dado cabal respuesta las demandas de los ciudadanos.
El panorama en Mendoza en este sentido es proporcionalmente tan destacado como en el resto del país, y solo basta mencionar que la provincia dispone de dos representantes en instituciones de alta ponderación científica: Ricardo Villalba, el glaciólogo, como miembro de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Naturales y Afines, y el doctor Walter Manucha, quien pasó a integrar uno de los pináculos de la Ciencia internacional, la Academia Mundial de Ciencias (The Academy Word of Sciences, TWAS). El mismo presidente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), Daniel Salomone, por su procedencia del territorio del campo científico, está en condiciones de asesorar al Presidente a cambiar su visión en este tópico y lograr frenar el desánimo que se cierne sobre algunos sectores que componen la ciencia argentina, especialmente entre las camadas juveniles, y propender a revertir la negativa mirada presidencial.
Las instituciones del ramo y los planteles de jóvenes investigadores e investigadores superiores, no hacen otra cosa que generar beneficios para el Estado nacional, y desean seguir haciéndolo dentro de nuestras fronteras y no tener que emigrar y llevar su materia gris al exterior.