El proyecto de ampliación de la Corte Suprema de Justicia de la Nación –ya aprobado en el Senado y que en breve debatirá la Cámara Baja– ha vuelto a evidenciar lo peor de la política argentina. En la iniciativa coinciden un absoluto desdén por las leyes de buena parte del oficialismo y la pasividad de un sector de la oposición que baila al compás que le tocan, a la vez que unos y otros hacen lo necesario para el descrédito del Poder Legislativo y coinciden en ponerse de espaldas a una sociedad que ya no diferencia entre propios y extraños.
Resulta difícil tomarse en serio al proyecto en sí mismo, una muestra acabada del grotesco nacional, que fue del extremo de proponer un organismo de 25 miembros –con un representante por provincia, disparate de una ajuricidad extrema– a otro de 15, que sólo serviría para que la Corte Suprema que hoy amontona centenares de expedientes irresolutos se empantanara de manera definitiva en miles de causas que la falta de acuerdos impediría tratar o resolver.
Todo indica que el proyecto será rechazado en la Cámara baja, donde el kirchnerismo está lejos de sumar los votos necesarios. Pero una mirada crítica sobre la cuestión no debería eludir el dato de que son la debilidad y los desaciertos del Poder Judicial los mejores puntos de sustentación para el embate de quienes no quieren una Justicia independiente.
En esta como en tantas otras cuestiones, y sólo para citar un argumento tribunalicio, nadie podría alegar su propia torpeza a la hora de las justificaciones.Hasta sería ocioso recordar que la tentativa busca un módico atajo para licuar incómodas causas judiciales que parecen tener un final cantado para solucionar en el barro lo que no se ha podido afrontar en Comodoro Py. Y que el respaldo de no pocos gobernadores y de sus legisladores es la mejor prueba de que, al menos en esta materia, muchos piensan lo mismo. O sea, que la mejor Justicia es la que no hace nada.
Con todo, tras el telón de esta representación, los autores de la obra vuelven a apelar al recurso de inflar globos de ensayo que, a posteriori, serán relevados por otros, siempre dispuestos a impedir que se vea entre bambalinas lo que de veras sucede, eso a lo que nadie atiende, lo que sea con tal de no ocuparnos de lo que nos pasa: la inseguridad, la informalidad, la inflación, el deterioro de la educación, entre otras calamidades.
Y en este auténtico sainete nacional, una oposición nada propositiva se deja arrastrar por la pendiente del oficialismo, incapaz de fijar posición sobre los temas que sí importan, mientras sus más conspicuos representantes se rasgan las vestiduras en programas de televisión. Así, un Poder Legislativo que poco legisla transita su tercer año consecutivo de inercia mientras una sociedad angustiada va perdiendo la poca fe que le resta.
Los valores de la democracia recuperada hace 45 años y la Constitución, cuyo preámbulo un expresidente citaba como un artículo de fe, deben volver a guiarnos.