El talento y la creatividad deben ser celebrados dondequiera que se manifiesten, máxime en tiempos que dejan ya poco espacio para la imaginación. Por cierto, el mundo no ignora nuestra capacidad innata para encontrar la luz donde otros navegan en la oscuridad.
Y buena prueba de ello es el ingenio puesto a prueba cada vez que el fisco necesita una nueva tasa o un nuevo impuesto para alimentar a un Estado insaciable.
Un ejemplo más de esta especie de patrimonio nacional es que mientras otros países se las arreglan con media docena de tributos, hace apenas unos días teníamos sólo 165.
Ahora, por obra y gracia de nuestra Cámara Baja, se han convertido en 166.
Y nadie vaya a suponer que vamos a detenernos aquí, dado que estamos llenos de ideas: en un rapto de genialidad hemos incorporado a nuestra larga lista impositiva un cargo de 250 pesos a los pasaje aéreos destinados a la Policía de Seguridad Aeroportuaria.
La hazaña conceptual se incorpora así al listado que ministros de Economía, gobernadores e intendentes han enriquecido a lo largo de décadas en pos de la noble intención de seguir gastando con la misma fruición con la que otros se dan a la bebida, en la convicción de que la austeridad es una enfermedad que debe ser combatida a cualquier precio.
A cualquier gravamen, podría alegarse.
Así, de cada pasaje aéreo, el 49 por ciento son impuestos varios, tal como ocurre con el precio de los combustibles, el de los automóviles y el de casi todo, mientras resulta casi anecdótico el detalle de que el 90 por ciento de la recaudación nacional lo aportan seis impuestos y el resto, los 150 restantes.
Y no menos anecdótico es que se modifique el ajuste por inflación, otra manera de incrementar el Impuesto a las Ganancias o de que se suban las cuotas de los monotributistas sin ajustar los montos de las distintas categorías. Todo suma.
Impuestos, tasas, tributos, gabelas se instalan periódicamente con carácter excepcional y permanecen para siempre, como el impuesto al cheque o nuestro recordado Impuesto al Fuego o las tasas por mejoras que distintos servicios incorporan, sin reparar en el detalle quizás intrascendente de que todo gravamen se incorpora automáticamente a los precios y ello produce inflación.
Ironía argentina: se crea inflación para recaudar por ella, toda una genialidad.
Los desubicados de siempre podrían alegar que se impone una reforma impositiva nacional, pero ello implicaría renunciar a nuestro probado ingenio y angustiar a nuestros gobernadores cuyos legisladores votan estas iniciativas para que lo recaudado vuelva a las provincias convertido en coparticipación y aportes extraordinarios.
Y ello sin mengua de tener bien presente que nunca se debe quitar a un adicto lo que sea que esté consumiendo, dado que la abstinencia produce efectos horribles.
Siempre son preferibles los paraísos artificiales, sobre todo si la cuenta la pagan otros.
Una conducta que debe cambiar lo antes posible si queremos que el país crezca y su población viva mejor.