La salud mental de los argentinos está más comprometida que antes de que se declarara la pandemia de coronavirus, en 2020. Para decirlo gráficamente, uno de cada 10 argentinos presenta riesgo de padecer trastornos mentales en la actualidad, según un relevamiento del Observatorio de Psicología Social Aplicada de la Universidad de Buenos Aires, realizado en los principales centros urbanos del país a fines de 2022, con más de dos mil entrevistados.
El resultado exacto fue que en el 12% de los participantes se detectaron riesgos asociados a tres sintomatologías: ansiedad, depresión y riesgo suicida. Es un porcentaje similar al de 2021, muy superior a los registrados antes del comienzo de la pandemia.
El riesgo aumenta en las personas más jóvenes y con un estatus socioeconómico menor. Por la caracterización que se hizo de la población bajo estudio, el informe subraya que la salud mental requiere políticas de monitoreo, detección precoz e intervención. En otras palabras, el Estado debiera implementar políticas para el área que permitiesen una mayor visibilidad de la cuestión, la consiguiente toma de conciencia por parte de los afectados y al final el acceso a un tratamiento acorde a su problemática.
Es que, entre los encuestados, más del 50% de quienes no realizan un tratamiento psicológico admitieron necesitarlo, pero un 35% se justificó en la imposibilidad de solventar económicamente una terapia.
Por cierto, son muy pocos los que, ante el reconocimiento del malestar, afrontan su abordaje con un psicólogo o psiquiatra: casi un 40% declaró hablar con amigos, un 22% se aferraba al rezo y otro 22% optaba por medicamentos. Sólo el resto (alrededor del 20%) estaba en terapia.
Con todo, acaso el dato más llamativo del estudio sea que un 50% de los encuestados declararon estar atravesando una crisis. Al indagar sobre las características de esa crisis, casi todos ellos mencionaron una crisis económica, y en menor medida se refirieron a crisis de pareja, familiares o vocacionales.
He aquí una lógica. Ante el descalabro económico que sufre el argentino promedio –alta inflación, bajos salarios, empleos de mala calidad, incertidumbre e inestabilidad general–, crecen la angustia y la desazón. Uno puede ser consciente de ello, pero ¿cómo destinar una parte de los ya magros ingresos para consultar a un profesional? Además, no deben ser pocos los que, en esa situación, se digan a sí mismos que, al fin y al cabo, si todos los argentinos la estamos pasando igual de mal, ¿para qué ir al psicólogo?
Una respuesta posible es que, aunque estemos inmersos en la crisis económica o presintiendo que caeremos en ella, cada quien procesa esa vivencia de acuerdo a determinantes particulares que nos pueden poner a salvo de un trastorno mental o precipitarnos en una patología concreta.
En consecuencia, los argentinos no sólo necesitamos con urgencia un plan de estabilización económica, sino también políticas de salud mental capaces de reparar el daño psicológico que las turbulencias económicas generaron en muchos de nosotros.