El dato difundido por la Administración Federal de Ingresos Públicos (Afip) es que la recaudación de marzo a nivel nacional cayó –se desplomó, para ser más gráficos– un 16%, lo que ratifica la tendencia de los meses anteriores y demuestra la obviedad de que el mejor de los tratamientos no es el que acaba con el paciente, sino el que lo mantiene vivo y le da esperanzas de mejorar.
La brusca baja de los ingresos fiscales en la Argentina tiene una explicación simple: el consumo se derrumba porque casi nadie puede sostenerlo en el marco de un proceso inflacionario que ha licuado el poder adquisitivo de la gran mayoría de los asalariados.
Y la actividad económica consecuente se retrae en el marco de cierres, suspensiones, despidos y reducciones varias.
Además, las inversiones pronosticadas aún no llegan, así como tampoco es seguro que el campo rinda sus dólares si se mantiene la cotización actual.
Se trata de un combo fatal, ya largamente probado y que anticipa los capítulos siguientes, signados por la necesidad de mayor ajuste y creciente presión impositiva para compensar los menores ingresos.
Eso se llama, en el mejor de los casos, círculo vicioso.
Puede que el escenario expuesto no sea sino la consecuencia de privilegiar los medios sobre los fines y de convertir lo instrumental en una suerte de solución mágica: que los números cierren en una planilla no garantiza el éxito del emprendimiento; menos aún en el caso de una gestión económica que debería tener en cuenta la realidad de más de 40 millones de personas, casi la mitad de ellas sumergidas en la pobreza.
El ajuste sin un programa que contemple la mayoría de las variables posibles –y contenga a todos– es sólo un asunto coyuntural que genera títulos informativos durante un tiempo –no mucho más que eso– y se queda sin combustible a mitad de camino, cuando ya las pérdidas son irremediables.
Si bien el control de erogaciones, la actualización de tarifas y una reducción racional del personal del Estado eran necesarios y existía coincidencia al respecto de prácticamente todos los candidatos a la presidencia, la contención del gasto y el cese de la emisión monetaria, unidos a la astringencia de circulante, son sólo herramientas monetarias que no dinamizan una economía, no disciernen sectores por estimular ni alientan procesos productivos.
En ese marco, es imposible la teórica reducción impositiva que nuestro país requiere desde hace muchas décadas.
Puede que los buenos números momentáneos permitan adquirir nuevos créditos –nuevas deudas–, pero también se sabe, por larga experiencia, adónde conduce esa vía.
En suma, urge un programa económico, porque la estabilización sin un norte productivo es sólo un espejismo.
Entretanto, gobernadores e intendentes se devanan los sesos en busca de crear nuevas tasas e impuestos que les permitan superar el mal trago.
Y, por si hiciera falta recordarlo, la norma es desinvertir en salud, educación y seguridad, o sea, el reestreno de una película mil veces vista, pero siempre oportunamente olvidada.