Acaba de cumplirse el primer aniversario del trágico ataque de la organización terrorista Hamas contra el sur de Israel. Una ferocidad basada en el odio, como en los fatídicos tiempos del Holocausto nazi.
Debe recordarse que el ataque montado desde la Franja de Gaza sorprendió por el uso de notable cantidad de armamento, la invasión de combatientes por aire y mar más la participación de milicianos que, incluso, llegaron a infiltrarse en territorio israelí coordinadamente para sembrar el terror, asesinando sin límites y tomando como rehenes a un importante número de civiles.
Aún muchas víctimas de la guerrilla son buscadas por las fuerzas israelíes en medio de la lucha contra la milicia de Hamas.
En aquel momento Israel declaró rápidamente el estado de guerra y salió a enfrentar a las fuerzas agresoras en Gaza, con el propósito de retomar el control en su propio territorio y evitar que la estrategia terrorista continuara sorprendiendo con sus desmedidos ataques.
A un año de aquel suceso las fuerzas israelíes se desenvuelven con mucha decisión tanto en Gaza como en el Líbano, en este lugar contra las milicias de Hezbollah, y tiene en la mira otros objetivos de aquella región, incluyendo a Irán, formador de varios de estos grupos terroristas y en dos oportunidades recientes ejecutor de ataques directos sobre territorio israelí mediante el envío de misiles.
Como ya hemos señalado desde este espacio, el escenario actual confirma la necesidad de dejar de lado todo tipo de tolerancia de la comunidad internacional con organizaciones que, como Hamas, hacen de la violencia su único mecanismo para ejercer el poder o fundamentar reivindicaciones para los pueblos a los que argumentan defender.
La operación del 7 de octubre de 2023 demostró una vez más el ingenio de estos verdaderos ejércitos para dotarse de armamento potable a pesar del hermético control y cierre ejercido por Israel sobre Gaza por tierra, mar y aire.
Lo que sí debería lamentarse es que en todo un año no haya existido a nivel internacional una explícita preocupación sobre los alcances del conflicto, más allá de la legítima defensa ejercida por las fuerzas israelíes.
Se parte de la base de que no es posible llamar a las partes a consensuar un alto al fuego cuando uno de los sectores involucrados sólo ejerce la violencia.
Duro intríngulis para la diplomacia.
Cabe esperar de la comunidad internacional interesarse por las víctimas que produce esta intensa guerra, como también por los daños materiales, que precarizan estructuras en países que bajo el oprobio de las administraciones terroristas no logran resurgir de la pobreza.
Debe contemplarse que el actual contexto hace muy difícil el traslado de damnificados y heridos a zonas alejadas de la contienda.
Como en el ya prolongado enfrenamiento generado por la invasión de Rusia a Ucrania, no se justifica la indiferencia del mundo por temor a no entorpecer intereses o a no incentivar el uso de armamento altamente destructivo.
En lo que atañe a Medio Oriente, pensar en el día después de la necesaria desarticulación del terrorismo de Hamas y Hesbollah significa imaginar una reconstrucción de los territorios devastados para que sus habitantes puedan reorganizarse como nación.