El índice de precios al consumidor (IPC) marcó en septiembre un aumento del 3,5%, según el Indec. Así, en los primeros nueve meses del año, la inflación acumulada fue de 101,6%; y la interanual, que se mide contra el mismo mes del año pasado, 209%.
Como en agosto el IPC había subido 4,2%, el Gobierno interpreta que la inflación recuperó una dinámica decreciente. Recordemos que entre mayo y agosto el IPC se había estancado en un escalón muy alto: osciló entre 4% y 4,6%.
Que haya bajado unas décimas es un buen dato. Otro buen dato es que en las últimas semanas se achicó la brecha entre el dólar oficial y los diferentes dólares paralelos. Ambos elementos aportan algo de estabilidad y de previsibilidad a la economía. Al menos esta sería la perspectiva de quienes miran, como suele decirse, el medio vaso lleno.
Desde la perspectiva contraria, lo primero que resalta es que el IPC sigue siendo muy alto. Argentina acumula en un mes la inflación que muchísimos países registran en un año. En otras palabras, seguimos con parámetros anormales.
En segundo lugar, la cifra está lejos de las necesidades del Gobierno, que requiere con urgencia una inflación convergente con el 2% de devaluación mensual de la moneda que administra el Banco Central.
Mes a mes se produce un atraso cambiario que presiona sobre el programa económico –por ejemplo, al impedir la acumulación de reservas en el Banco Central– y lleva a los mercados, por lógica, a conjeturar sobre la probabilidad de una nueva devaluación.
Tercero, sigue siendo discutible hasta dónde y hasta cuándo se puede lograr una baja de la inflación sólo por medio de ajustes. Los salarios y las jubilaciones han perdido poder adquisitivo y las leves recuperaciones que se advierten se ven eclipsadas por el considerable aumento de ciertos rubros imposibles de obviar: alquileres o mantenimiento de las viviendas, educación, tarifas de los servicios públicos.
Mientras la recesión continúe mostrando su fortaleza a través de la caída del consumo y de la actividad económica, casi todos los productos y los servicios mostrarán mínimas variaciones.
En septiembre, la caída del consumo en supermercados contra el mismo mes del año pasado fue del 20%, y las recaudaciones por el IVA y el impuesto al cheque cayeron 16% y 10%, respectivamente.
Por último, el descenso del IPC en septiembre podría haberse favorecido por la rebaja impositiva a las importaciones y del valor de las naftas. En octubre, lo primero ya no tendrá impacto y lo segundo podría revertirse por efecto de la profundización del conflicto en Medio Oriente. El precio de los combustibles podría subir en las próximas semanas. Además, no debemos olvidar que el Gobierno ha pospuesto sin fecha nuevos aumentos de los servicios públicos.
¿Podrá la inflación tener una nueva baja en octubre, entonces? ¿O el índice de septiembre representará, en vez de una caída, un nuevo punto de estancamiento?
El Gobierno no debiera celebrar lo que aún no ha logrado, sino redoblar con prudencia sus esfuerzos para hacer realidad el objetivo cuanto antes, con el menor costo social posible.