La demanda de alimentos en los comedores populares sigue creciendo. Las raciones que esos centros distribuyen apenas cubren una parte de las necesidades de la población que atienden. El resultado es dramático: hay gente que pasa hambre. Esto es un símbolo irrefutable del agravamiento de la crisis económica.
Según los datos de Unicef, al menos un millón de niños en todo el país no realizan las cuatro comidas diarias por falta de recursos.
Además, se ha resentido la calidad de su alimentación: el 67 por ciento de esos niños han dejado de comer carne en los últimos seis meses y el 40 por ciento no come verduras, frutas y lácteos.
Esos alimentos fueron reemplazados, en el mejor de los casos, por fideos y productos en los que predominan los carbohidratos.
Una mala o deficiente alimentación repercute de manera negativa en el crecimiento y en el desarrollo.
En ese contexto, hay escuelas donde alimentar a los alumnos es casi más importante que la tarea educativa en sí. Porque los niños llegan a la mañana con hambre. De hecho, desayunan y almuerzan en el colegio, que también se encarga de alguna colación intermedia.
Por fuera del sistema educativo, quienes colaboran en los comedores populares –cuenten estos con algún apoyo institucional o sean autogestionados– son testigos del deambular de familias enteras entre diferentes lugares de una misma zona que reparten comidas en distintos horarios o días.
En otras palabras, hay personas cuya alimentación depende de lo que obtienen en estos comedores.
Este cuadro social no es nuevo, pero periódicamente se agrava porque el crecimiento de la pobreza es una constante hace décadas.
Medida por ingresos, en 1985 un 16 por ciento de la población se ubicaba por debajo de la línea de la pobreza.
Hacia 1995, ya orillaba el 25 por ciento.
En 2005, uno de cada tres argentinos era pobre, proporción que se repitió 10 años después.
A fines de 2021, el Observatorio de la Deuda Social estimó que la pobreza ya alcanzaba al 44 por ciento de nosotros; pero a principios de este año, el Indec estimó que sólo eran pobres el 37 por ciento de las personas.
¿Cuántos pobres más habrá ahora?
¿Cuántos más habrá en 2025 si no se revierte la tendencia?
¿A qué porcentaje de la población se la consideraría pobre si se analizase la cuestión con un modelo multidimensional, que no sólo considere los ingresos?
La pobreza es nuestro problema más acuciante. Una democracia que produce pobres se daña a sí misma. Sólo un plan económico integral y de largo aliento podrá revertir este dramático cuadro.
Comparar todos estos números con los que existían durante casi todo el siglo pasado nos habla, en los hechos, de dos países muy diferentes donde cuesta que uno y otro se reconozcan en su continuidad.
La Argentina era considerada el gran país de clase media que absorbía día a día a los que ascendían socialmente de una pobreza que en los mejores tiempos llegó a no ser de más de un dígito. Y hoy, a contramano de casi todo el continente, estamos perdiendo dramáticamente la batalla.